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ns CAPÍTULO XXVII. 161 _—e€— uE la diera su bendicion, confiando que con ella co- braría la niña la vista que le faltaba. Hiízole la señal de la cruz en sus ojos, y la que vino casi ciega del todo, bajó con vista clara y hermosa, con alegría y admiracion de su madre que alabó á Dios en su siervo. 190. Beatriz ich viuda de Fernando Mar- tinez, vecinos de la misma ciudad, habiendo tenido en un ojo un flemon, quedó ciega del todo con una nube que nada veía con él: ni medicamento nin- guno fué eficaz para cobrarle la vista perdida. Fué al convento de Padres Capuchinos, á comunicar su trabajo al P. Ignacio y-4 suplicarle le alcanzase de Dios, le volviese la vista perdida de aquel ojo. Diole el P. Ignacio confianzas; dijole los Evange- lios, puso su mano sobre el ojo enfermo, diole un Nombre de Jesus, y al mismo punto comenzó á ver con él las cosas que ántes no vela, pero no tan claramente, y el otro dia se balló sin ningun estorbo en el ojo y con vista tan perfecta como el otro que siempre lo tuvo bueno y sano. 191. Vicenta Moliner, viuda de Luis Ferrer, ve- cinos de Valencia, estando enferma de los ojos, el uno más que el otro, con peligro de perderle, fué un dia á su casa el P. Ignacio, por ser conocida. Viendo ella la buena ocasion que sin buscarla se le había venido á las manos, confiando que de su ben- dicion su mal tendría remedio, le suplicó con mu- 11
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