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CAPÍTULO XXIV. 145 lándolo le dijo: « Hijo, hoy no se levante de la cama, pero mañana que es dia de fiesta podrá ir á oir Misa, que Dios le dará fuerzas para ello »; y saliendo de su casa, topó con su mujer y le dijo: « Su ma- rido, gracias á Dios está bueno, luego le pedirá de comer y la ropa para levantarse: dele de comer, mas no le deje levantar hasta mañana », y con esto se despidió. Y el enfermo luego pidió le diesen de comer y la ropa para levantarse, porque se sentía bueno. Diéronle de comer; y con admiracion suya y de todos los de su casa, que no cabían de con- tento, se levantó el dia siguiente y fué á la Iglesia á oir Misa. Vinieron entre tanto los médicos, y pre- guntaron á qué hora había muerto: y cuando oieron decir que había ido á la Iglesia 4 oir Misa, que- daron pasmados: y preguntando la causa, les refi- rieron lo que con el P. Ignacio les había pasado la tarde ántes. Alabaron á Dios en su siervo por tan notable maravilla: y quedó con tanta salud el que había llegado hasta los umbrales de la muerte, que para mayor evidencia del milagro el tercero dia despues de haberla cobrado fué al campo á ver una heredad suya. 165. Ana Martinez, mujás e Juan Simon, vecinos de la misma ciudad, estaban ambos enfermos a un mismo tiempo de ardientes y contínuas calenturas y peligro grande de la muerte. Con fe que tenían de la santidad del P. Ignacio, por los contínuos Ll 10

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