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CAPÍTULO XXIV. 143 vió su marido el agravio, y arrebatado de cólera habiéndosele escapado el cómplice del delito, ejecutó en su mujer todo su furor: diole tantas y mortales heridas con una daga, que pensando la dejaba muerta, se puso en cobro. A las voces que dió la mujer acudieron los vecinos, y hallándola sin aliento y sentido toda revuelta en su sangre, corriendo fueron á buscar confesor y al cura para que le diera los Sacramentos. Halláronse al ruido algunos cirujanos, y vistas las heridas, penetrantes y mortales, ninguno se atrevió 4 curarlas, temiendo se le había de acele- rar la muerte si la curaban. Llegó allí tambien en esta ocasion el P. Ignacio, y acercándose á la herida mujer le dijo: « ¿No se lo dijo yo ya? no me ha querido creer: vaya, vaya, si le pesa de haber ofen- dido á Dios, y promete enmendarse, confie en él que le dará salud. » Hizo por ella una breve oracion y puso sobre ella sus manos, y vuelto á los ciru- janos, les dijo que la curasen. Ellos se excusaron, diciendo el peligro que había en hacerlo: él les dijo que bien lo podian que no temiesen peligro alguno; y ellos, más por hacer lo que les decía que por confianza del fruto de su diligencia, la curaron y la tuvieron ya por muerta. Exhortola segunda vez el P. Ignacio al arrepentimiento y enmienda de sus culpas, diciéndole que confiase en Dios que le daría salud, y despidiose de ella. No había aun salido de la casa, cuando sintiéndose muy alentada la mujer, te y A A ds my. A e? pa á ¿e A a ha E, o xs * . > e: MU PE NE

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