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z E , é E y e CAPÍTULO XX!II. 131 de ellos que era niña, la dijo: « Al cielo, niña, al cielo »: á los dos sin decirles nada les dió su ben- dicion, y ambos escaparon, y la niña se fué al cielo, como lo había dicho el P. Ignacio. 146. Luisa Hernandez tuvo una vez á su sue- gra muy enferma, y tan al cabo que había reci- bido-los Sacramentos, y tenía perdidos los sentidos, que ni veía, ni oía, ni hablaba. Con la fe que te- nía y mucha experiencia de que en semejantes casos desesperados muchos habían experimentado milagrosamente la virtud de la oracion del P. Igna- cio, le llamó para que viera la enferma. Visitola y díjole los Evangelios, y diola su bendicion: al irse fué acompañándole un hijo suyo, llamado Luis Tristan, hasta la puerta de la casa, y vuelto á él el P. Ignacio, le dijo: « No se aflija, hijo, que su madre no morirá de esta enfermedad ». Tuvo el aviso por cierto y se lo agradeció: subió á ver á su madre á darle las buenas nuevas que le había dado el P. Ignacio: y sin admiracion suya, la halló que había vuelto á cobrar los sentidos, muy alegre y alentada; y muy presto estuvo buena, dando ella y todos los demas á Dios las debidas gracias. 147. Antonia Diar padecía muchos dias una calentura ética, con muchos dolores que la molesta- ban sin darle treguas ni de dia ni de noche. Con la fama de los milagros que Dios obraba por el P. Ignacio en Orihuela, deseaba verle y que la visi- a ENE: A

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