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386 Pero oración fervorosa, Se escuchaban las secretas Jaculatorias que al cielo Dirigía con fe tierna. Se confesó muchas veces Con el sacerdote, que era Otro padre capuchino, Y le rogó le leyera La historia de la pasion De Cristo que es vida nuestra. Pidió papel y tintero Despues, y con reverencia Escribió 4 su Provincial Suplicándole le diera Su bendicion, aunque cuando Llegase á sus manos esta Carta suya, ya estaría En la divina presencia, Como por cierto esperaba. Luego al sacerdote ruega Que el alma le encomendara A su Criador, y que en prueba Del amor que le tenía, Le trajese con presteza La sagrada Eucaristía Segunda vez, pues quisiera Comulgar por devoción Y armarse con esta prenda De la gloria para el trance Ultimo, que estaba cerca; A este fin se había ne A tomar, desde la media oche, medicina alguna, Ni otra cosa que frangiera El ayuno natural Que la santa Iglesia ordena El Padre Cura no pudo Negarse á cosa tan buena; Y por acudir más pronto, Celebró en la misma pieza Del enfermo luego Misa, Y le comulgó con tierna Consolación de su alma Esto acabado, le ruega Que sin la menor tardanza, Le ayudase en la tremenda Hora que se aproximaba De dar con su vida en tierra. Hizolo muy fervoroso El Padre Cura, y desecha Aquel alma en dulces ayes, Y clamaudo cón voz expresa: Misericordia, Señor, Usad de vuestra clemencia Con este oil pecador. Se puso en eryz con decencia Sobre su pobre tarima, Cerró con blandura amena ido APÉNDICE Sus ojos á lo visible, Y apareció con presteza Tal hermosura en su rostro (Jue admiraba sólo el verla. Entre lás seis y las siete De la mañana en que cuenta Veinte y cuatro el mes de marzo, Esta admirable lumbrera De la Iglesia militante, Pasó á serlo de la eterna Gloria, como lo creemos Piadosamente, y comprueban Sus singulares virtudes Y apostólicas tareas. Murió, al fin, el Padre Cádiz: Murió, pagando la deuda (Que paga todo mortal* Mas murió con ciertas señas De estar viviendo sin fin Colmado de gloria inmensa, (Que en premio de sus acciones Santas, y heróicas proezas, Dios benigno le habrá dado. Sigamos todos sus huellas En la virtud, y será Dichosa la suerte nuestra. ¡Oh santo Dios! ¿quién podrá Pintar aquí la tristeza ue le sobrevino á Ronda, Cuando oyó la voz funesta De la campana mayor, Que anunciaba ya por cierta La muerte del Venerable ? ln aquel punto, á carrera Desampararon sus casas, Y llorando á rienda suelta, Hombres, mujeres y niños, Y en cuadrillas descompuestas Acudieron á la calle Del difunto, donde encuentran Una tropa de soldados Con fusil y bayoneta Para impedir el desórden De una piedad indiscreta: Y todo fué menester Para contener la fuerza Con que todos, á porfía, Despedazarlo quisieran, Para llevar por reliquia Cada cual su buena presa De su carne, ó su vestido. El gobierno, con prudencia, Poniendo remedio á todo, Dispuso que entre dos rejas Se colocase el cadáver En la múy devota iglesia De la Paz, que estaba en frente, Y que allí dentro asistieran e

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