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384 De sus culpas y flaquezas: De modo, que á nuestros ojos Dejaban verse las serias Conversiones con ejemplo, Mejoratlas las conciencias, Contritos los pecadores, Las vanidades depuestas, Desterrados los teatros De las comedias obscenas, El vil Injo despreciado, Il libertino en enmienda, Repetido el Sacramento Santo de la Penitencia: Reformadas las costumbres, Restituida la hacienda A sus legítimos dueños, Y las domésticas guerras En dulce paz convertidas, Con despecho y con afrenta De luzbel fiero dragon, (Que en nuestro daño se empeña. ¿ Y quién es este, dirás, Que cual refulgente estrella Del firmamento ha brillado Con rayos de tan excelsa Claridad en nuestra España? ¿Quién es este, 4 quien debiera Llorar nuestro invicto reino, Y aun la cristiandad entera, Ya muerto al mundo y privado Dé una vida, quesnos era Modelo de perfeccion, De virtudes pauta y regla? Es un encumbrado cedro, Que plantado por la diestra De Dios en el santo monte De la católica Iglesia, Altamente la ha ilustrado Con su gigante grandeza, Es una sagrada oliva, Que con copiosas cosechas De saludable doctrina La enriqueció por cuarenta Y dos años, dando siempre El aceite de obras buenas, Para alumbrar á los hijos Que en su santo seno encierra. Te lo diré de una vez, Aunque oprimido de pena: Es e Venerable padre Fray Diego de Cádiz: lengua, Que sin duda eligió el cielo, Para hacer la causa de esta Comun. madre que nos rige Con la contínua asistencia Del Espíritu Divino: Y por desventura nuestra La muerte lo arrebató APÉNDICE ' 1 De la vida, con severas Muestras, de que castigaba Con este golpe la necia Insensatez de los muchos Pecadores, que en tinieblas Quisieron permanecer, Despreciando la luz bella, Que por varon tan celoso Dios dió á todos con largueza. Es decir: Dios nos quitó De la vista esta nad De la fe que profesamos, Porque nuestros yerros eran rera Indignos de merecer Que ya en el mundo existiera: Y porqué por sus virtudes Grandes y heróicas empresas, El cielo lo reclamaba Para darle silla excelsa A par de sus cortesanos, En la divina presencia. Murió, digo, el Padre Cádiz: ¡Ob gran Dios! ¿y cuáles quedan Los hijos que reengendró En Vos para gloria vuestra Con admirables ejemplos; Y alimentó con el nectar De santísimas lecciones, Aprendidas en la escuela De vuestro Espíritu puro, A la eficacia y la fuerza De su contínua oracion, Humilde, ferviente y recta? Huérfanos pueden llamarse Los que siguiendo las huellas De Padre tan religioso, Hoy se ven sin esta estrella, Que con rayos tan lucientes Les demostraba las sendas De la patria celestial, Y aficionaba 4 emprenderlas. Vos! Señor, Dios de piedad Y de infinita clemencia, Sois mejor Padre que todos: Y en tanto duelo y tristeza Podeis solo consolarnos:; Bien sé que la fe me enseña Que no- nos pueden faltar Ministros que nos sostengan En la fe de nuestros padres, Y que con la gracia vuestra Nos instruyan y encaminen A Vos, con celo y prudencia. Esta verdad, que confieso, Da lenitivo á la acerba Pena que á mi débil pecho Con amargura atormenta En la muerte de un tal padre:
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