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ar A A E 32 CAPÍTULO LXXX pies, y al principe de las tinieblas aturdido y rendido? (Prieto, p. 17). 1050. Sus contemporáneos nos dirán qué impresion les. producía la predicación del B_ Diego en ellos y en los demas, y qué elogios mereció. = « ¿Quién. más tierno y afecto con la Sma. Vírgen María, á quién siem pre llama y nombra mí dulce Madre y Señora, y quién más promotor del culto de la Santísima y Beatísima Trinidad ? Si exhorta y habla del a- mor á Dios, ¿quién, lo amó más con toda su alma y corazon, con todas sus fuerzas, potencias y sentidos, como Fr. Diego. ? ¿ Quién le vió jamas sobre el púlpito con el Santo y Di- vino Crucifijo en sus manos y no der ritió su corazon aunque fuese de bron ce 6 mármol? ¡ Qué abrazos tan tiernos, que coloquios tan dulces y ían pene trantes, qué jaculatorias tan vivas y encendidas qué se abrasa en fuego de amor para su dulce Jesus! Aquellas lágrimas que caen de sus ojos en abundancia, que se derraman por todo su rostro y ve nerable barba, ¿ á quién no mueven ? ¿Y quién se había de resistir á sus pa- , con que desahoga su pecho labras, especialmente cuando estre chando con su pecho la imágen de Jesucristo le decia: Dulce vida de mi alma y de mi esperanza? » (Vargas, p. 38). 1057. La sola palabra que el a- sombro nos permitía articular gene ralmente cuando desde el púlpito nos hablaba el siervo de Dios era: efe Predieador es un S. Pablo (Grazale- ma, p. 13. — Comenzó su Mision el Ve nerable Apóstol saliendo de repente una tarde, precedida la licencia del Prelado, 4 predicar por la vez prime- ra, « ¿ Cuándo este jóven, se dicen pas- mados unos á otros, ha podido apren- der estos arcanos y profundos Miste rios que nos explica ? ¡Mirad qué celo manifiesta en sus encendidas palabras y qué rayos nos dispara al corazon! Sin duda alguna aquí está el dedo de Dios. » Todavía, nobilísimos oyentes hay quien se acuerde de aquel sermon primero, y dice que fué igual en un todo á los que el Venerable predicaba en los últimos tiempos. (4d., p. 45). 1058. — Sabíase ya que cuando en traba el Siervo de Dios en los pueblos predicando y anunciando el reino de Dios, entraba con él la muerte de los vicios, la reforma de costumbres. la paz, la gracia y la misericordia divi- na, pues su predicación era á manera de la de Elias, una antorcha encendi da para alumbrar y encender á los demas con el mismo fuego de que es taba él encendido. (Proe. p. 369). — Era tán terrible en el púlpito cuandó que ría atemorizar á los pecadores, cuanto era dulce cuando los atraía mediante la misericordia 6 la benignidad, y era por demas afable al conversar fami llarmente, y tados quedaban encanta- dos y aun los niños corrían detras de 6] por simpatía, (Proe p. 241) 1059. — Abre sus labios el Misione- ro, derrama su espíritu sobre la mul- titud, les comunica 4 todos el fuego que lo abrasa; todos los corazones se liquidan y corren las lágrimas á ma- nera de torrentes. ¿No lo visteis vo- sotros repetidas veces ? i Y era nece- sario más que su sola presencia para que todo el mundo diera al Señor el honor y la gloria. (Grazalema, p. 46). 1060. — Se despueblan los Pueblos, las Villas, los Lugares para coucurrir todos á las Capitales á oirle. De dos, de cuatro, de seis, de ocho, aun de diez, once Ó más leguas van proce- sionalmente los Pueblos con estandar- tes, con cirios encendidos, con imá- genes y estatuas de Santos para oir su santa Mision. (Cabra, p. 41). — La voz y fama pública de Santo y envia- do de Dios, era el general sentimiento de todos los pueblos, habiendo visto el testigo las calles por donde pasaba el P. Fr. Diego de Cádiz Jlenas de gente de todas clases, y algunos veni dos de muy léjos sólo por oirle y a- sistir 4 sus predicaciones, diciendo y clamando: vayamos á oir y ver un Santo. (Proe p- 377). 1061. — Excediéndonos á todos, y aun á sí mismo en la ciencia del Cru- cificado, cuando lo tomaba en sus ma- nos se inmutaba, se elevaba (6 se trans formaba, salía de sí mismo: dejándose ver *ó ya un Querubin en la sabidu- ría, ó ya un Serafin en los encendi dos afectos, de suamor (Vabra, p. 8). El deponente no ha oído jamas un misio- nero dotado como él del espíritu de Dios en la profunda sabiduría que ma- nifestaba, en la claridad y dulzura di- vina con la que se expresaba, y aquel

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