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166 CAPÍTULO XL un Sacerdote que peca y del juicio Aquí leg ¿ba er q dor im misericordia que le espera. hasta donde de su celo y se vió cuánta eficacia ponía á sus palabras, que ninguno podía con tener sus lágrimas y sus afectos, con fesando hasta los más doctos, que la conmoción era semejante á la que se refiere por Jeremias ad vocem loquelae grandis: cap. 11, v. 16, 508. « En todos los que predica al público, principia con Sermones el Rosario. Luego canta por tres ve ces, y repite el Pueblo: Santo Díos. Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbra nos, señor, de todo mal. Luego repite Saní santo, Santo, Se ñor Dios de los ejércitos: llenos están los Cielos y la tierra de tu Gloría; y responde el auditorio: Giloría al Pa dre, Gloría al Hijo, Gloría al Espi ritu santo. 5 Y, ( Di Sspues de explicado el punto de doctrina cristiana, ternativamente con el pueblo: Alabado sen Dios, Dios: sea María Santísima, reverenciada sea otras veces: 01ce al bendito sea alabada María Santisima lorificada sea Ma ría Santísima, amada sea María San bendita s a María Santísima: Dios, en Dios Señor, pequé tistma Amo á erecó en Dios, espero tened misert eordía de mt. 510. 4 Coneluye mones con exhortar á la devocion de la Santísima Trinidad, y á María San Santísimo Rosario, a todos sus Ser tísima, con su la eleccion de un sabio y prudente Director, para el acierto en una con- feston general; á la práctica de la ora cion mental, y cion de finalmente 4 la imita la vida, pasion y muerte de nuestro amabilísimo Redentor, como medio seguro para conseguir una vida arreglada y una muerte feliz, 511, v con el Crucifijo en las manos, es irresistible. Las « En el acto de Ccontricion, 4ccIiones expresivas de su cuerpo y rostro; los abrazos con el Señor; aquel levantarlo y mirarlo tiernamente; aquellos coloquios tan dulces, con que desahoya el ali que interiormente le no hay con que compararlos. Ni aun Ciceron en furecía tanto al Pueblo Romano, econ abrasa, tra el que dió muerte al Cesar, cuando les manifestó su toga deshecha á pu ñaladas, y manchada con su misma Padre Cádiz hace aborrecer el pecad ), que fué causa de sangre, como el la muerte de nuestro Redentor, cuando lo presenta escarpiado en la Cruz que ñ Aquel con que 2 1Ormaron nuestras culpas. dulce vida de mi esperanza, lo estrecha en su pecho es capaz de i i ablandar OS corazones mas empeder Aquellas lágrimas nidos. que corren por sus mejillas, y las arroja su celo y caridad, liquidan la insensibilidad de los espíritus más obstinados. No mo vería tanto á compasion un hijo, que Padre corazon con se halla repentinamente á su muerto, mil heridas, traspasado su y que se abraza con su excita los afectos más tiernos A el dolor mas activo, como el Padre Cádiz cadáve cuando nos presenta á Jesus en el estado en que le pusieron nues tras culpas. 512. — Como en Betulia se hu. millaron con públicas demostraciones de penitencia los Israelitas, del sitio de los Asirios; y Ninive, se libraron del amenazado ex acosados como en haber ltermimio sus habitadores por oído la predicación de Jonas; así en Murcia, se han visto, despues de haber Padre Cádiz, los efectos más maravillosos, que denotan la Impresion este celoso Mi Evangelio. ¡Cuántos ene han depuesto el odio y el en oido al que ha hecho la de nistro del mMIgOs cono que no habían podido extinguir nt las persuasiones más eficaces, ni las amenazas más terribles! ¡Cuántos matrimonios se han reunido, que siem pre habían hallado pretextos para eva dir el celo de los Prelados, y arbitrio para frustrar las intenciones de los pieces, estimuladas de las denes del Soberano! han vuelto repetidas or ¡ Cuántos hijos á los brazos de sus Padres, de que estaban distantes muchos años! ¡Cuántos Padres han dado un público piedad y hijos aquella de que estaban pri vados, Ó por sus infidelidades, ó por testimonio de su religion, volviendo á sus tierna correspondencia alguna falsa preocupacion, 6 por las que el siglo llama razones de estado, ó cánones de etiqueta i 513. - « Al trueno de la predica cion del P. Cádiz, se han visto pobla das las Iglesias de verdaderos peut- tentes, que con sus lágrimas y arre- pentimiento le forman la más lustrosa

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