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164 CAPÍTULO XL pócrifas, Ó supuestas, Huye de las cor rompidas por los Herejes, 6 que han sido mal traducidas del ermego. Guar cuidado en citar enteras donde se espléndi- da el mayor entencias, hallan elegantes aquella alegorías frases das, 6 laconismos misteriosos; porque la mutilación puede ocasionar desdoro á la verdad de los dichos, y á la san tidad de los Autore Nunca alega 6 transportes de un celo nimiamente fer VOrOso, Ó MIZOTres de un. espíritu se vero. 493 « 5e conoce que el Padre Cádiz tiene formado designio de no pronunciar expresion que no esté. apo yada con la autoridad de la Divina Escritura. Esta, y los libros de los Santos Padres, son los dos lugares LÓpICOS de donde toma todas sus prue bas Y aquí estudio que ha leccion. No se ha contentado c n leer los y que ha pasado á entenderlos y escu- es donde se conoce el hecho de esta santa mandarl s á la memoria sino driñiar sus más escondidos arcanos, se gun la máxima de San Agustin (1). 194, — « Rarísima vez se vale de los testimonios de la autoridad Pagana, como que uene bien presente el encarso de San Pablo (2) y como que se aver gúenza de que en la boca de un A póstol, de un Ministro de Jesucristo y de un fiel dispensador de la santa palabra, se oigan ecos y sentimientos, que tuvieron su principio entre los de lirios de la Gentilidad, El P. Cádiz hace ver que para nada se necesitan las sentencias de Oracio, Virgilio y Ovidio, cuando todo lo encuentra en los Proverbios de Salomon: que nada valen los dichos de Pitágoras, Sócrates y Platon, cuando tiene un repuesto ir- resistible en los libros de la Sabiduría: que hay infinita distancia de los axio mas de Aristóteles, á los Salmos de David, de la Historia de Tácito, Va lerio y Plutarco, á los libros de Moy- ses y de los Reyes, de los Digestos Códigos de los Justinianos, al Evangelio de Jesucristo. 105, - G mones no son como los que regular- de los Jurisconsultos y los Los asuntos de sus ser- 1) Lib 4. de Doct. chris, cap. 5 2) Ad Tit, cap, I, v. 10 Profáana a niloquía devita. » tem el 14- mente tenen los Misioneros, de Sstina- dos á tales dias... La ec: nomia de sus discursi evidencia que es un Oradi pertecto. La propo ¡On es s pri escogida: la division muy natural y clara: las pruebas fuertes y convin centes la confutación eficaz y vi a: la peroracion. sucinta y sentenciosa de contricioón sobre todo Oirle y el acti 196, hablar de la Gracia como lo hizo el dia doee por la ma ñana, fué oir un S, Agustin j siendo de admirar la ( delicadeza con que to unos puntos tan difíciles en la Teo logía, los símiles de que se valió para | necesida | y da hucer manifiesta su precision de nuestra correspondencia, virtud. Se para no dejar frustrada su valió de las expresiones antiguas en sútil y que p diese causar una materia tan delicada. sin el riesgo de equi vocaciones voluntarias. 6 interpreta ciones siniestras, aun despues de los Bayvos, Jansenios y Quesneltos. 197. — « Verle hacer la pintura dé un réprobo, y los caminos por donde llega 4 un estado tan infeliz, como lo hizo el día trece en la plaza, es tener delante un Nacianceno con tod el agrio de su ncrepación, reprendiendo á Atanasio.Y animar á un caído, irle en el mismo liego sernon para que no desespere, es sacar toda la dulzura y suavidad que derramó el Crisóstomo en su oracion de los Santos Macabeos 198. - « Esforzando la dificultad de salvarse como lo hizo el dia cator admira la economía ce en la plaza, admirable en la satisfaccion que pide á los delincuentes que ni bien les fa cilita el camino para la indulgencia, ni bien los aterra con el recaida con la rigor. En un instante parecía un Pro- feta, cuyos labios se habían purificado con un carbon encendido para hablar asemejaba con dulzura, y en otro se al que se comió un volúmen entero, lleno de lamentaciones y 499. . amenazas. Aun en la memoria de los mas rud IS, quedara siempre Impresa una idea de la predicacion del P. 1 diz. La fijó con unos testimonios tan de bulto, prol traidos con tanta delicadeza y primor, que será imposible pensar en idos con tanto celo, y que no y todo tiempo PS proporcionado para É convertirse á Dios, sin. acordarse de aquella misteriosa cerradura, que echó

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