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OE LU EIA RRA Mo 84 sen necesarias para elevarlo , lleyándolo en regio corcel por calles. y plazas uno de los principales del reino, pregonando en'alta voz, que así honraba el Rey á quien quería honrar. Así habló Amán, creyendo que en realidad había amanecido para él un día de triunfo: pero en verdad , quien había triunfado era. Ester; Ester, que había estado rogando á Dios.con instancia, y había conse- guido más de lo que pedía, pues rogaba al Señor, que recayese sobre el que maquinaba su ruina, el mal que meditaba , y Dios le concedió hasta los despojos y los honores del conspirador, y la traslacion de ellos al que estaba Mestinado á morir en un patíbulo. Ve, dijo el rey á Aman, y haz cuanto has dicho con el judío Mardoqueo, que está sentado ú las puertas del palacio, y guárdate de omitw cosa alguna de lo que has dicho (1). No era este precisamente el triunfo de Ester, porque en realidad triunfaba ella, sin saber que fuese suya la victoria; y miéntras las ca- lles y plazas de la ciudad resonaban con el nombre glorioso de-su tio, quizás estaba ella orando con lágrimas al Señor, para que la fortale- ciese en la azarosa y arriesgada empresa que había meditado ejecutar arrostrando el peligro inminente desu vida, y no temiendo las jras del Rey, ni las leyes irrevocables dela Persia. Había concebido el pro- yecto y tomado la resolucion de presentarse al monarca y abogar por todo su pueblo, lo que era ir seguramente á la muerte: pero es jus- to oir esta resolucion de sus propios labios, refiriendo sus contesla- ciones á Mardoqueo, que era quien la instruía y animaba. Hace ya treinta dias, le decía , que el Rey no me ha llamado á su cuarlo: bien sabeis qué leyes rigen en esta region ; todos los siervos del Rey y todas las provincias que están debajo de su mando saben, que si un hombre ó una mujer entrare en el cuarto interior del Rey sin ser. lla- mado, al instante sín tardanza es entregado á la muerte, á no ser que el Rey extienda hácia él el cetro de oro en señal de clemencia , y así pueda vivir. ¿Cómo, pues, podré yo entrar á la cámara del Rey? Pero yo ayunaré con mis criadas, y me presentaré al monarca, obrando contra la ley no siendo llamada, y abandonándome al peli- gro y á la muerte por salvar á mi pueblo (2). Dos cosas grandes ocurren en la historia de esta Reina, y brillan ahora con todo esplendor: su humildad y su fortaleza. Era extremo el peligro que corría , y, conocedora de él, acudió 4 pedir auxilios al cielo, encomendándole la felicidad del suceso. Sus obras fueron he- roicas , pues en vez de la púrpura y de la variedad de ungúentos, cu- brió su cuerpo de traje de llanto y de luto, y esparció sobre su cabe- za Ceniza y basura, humillándose ; en ayuno, y orando con palabras (1) Ester, cap. 6, y. 10. (2) Ester, cap. 4;.v. My 16.

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