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83 pueblo y la injusticia de sus perseguidores , suplicándole que librase á sus hermanos de la espada inicua, y volviese sobre sus inventores la trama aleve que habían fraguado. En esa misma noche precisamente se estaban ya dando los primeros pasos , para que se cumpliese con toda exactitud cuanto deseaba Ester: el Rey se hallaba desasosegado, sin poder reconciliar el sueño; y no queriendo pasar tantas horas sin ocupacion, mandó que le trajesen las efemérides de su reinado, para divertir el tientpo de su insomnio. Leyéronse y se manosearon sus pergaminos, y entre los muchos y variados evenkos que recorría el lector, dió al fin con la relacion de la traicion de Bagatan y Tares, y del gran servicio que había hechoá su persona y á su imperio un in- dividuo llamado Mardoqueo, por haberla descubierto, y salvado la vida del monarca. Llamó mucho la atencion del Rey que constase en su crónica el servicio de Mardoqueo , y nada se dijese de la munificencia del prin cipe en recompensarlo. No pudo permanecer silencioso por más tiem- po'oyendo la lectura de su historia: y dirigiéndose á sus siervos y ministros , Jes preguntó, qué honra y qué premio había recibido Mardoqueo por esta fidelidad; y todos á una voz le contestaron que nada había recibido. La corte quedo silenciosa despues de haber dado su respuesta al- Rey, que permanecía meditabundo, pensando quizás en la conducta extraña que se había observado hacia un súbdito fer, en el alcázar donde tantos dones se habían hecho á los vasallos leales. En medio del silencio profundo, se oyó algun movimiento erfla ante- cámara real, lo que sorprendió al monarca , sospechando acaso, ¡m- presionado: como estaba con la lectura de la conspiración, no fuesa algun -aleye que se hubiese introducido tan temprano en sus aposen-. jos. Mirad quién está fuera, dijo 4 sus cortesanos. Es Aman quien está en la antesala, le contestaron. Pues que éntre , repuso el Rey. Más risueño que la misma aurora, que había ya desaparecido por haber el sol derramado «sus madejas de luz por toda la tierra, enbró Amán aquel dia en presencia del Rey, porque en él iba á obtener el complemento de sus aspiraciones. Un hombre solo en toda Susán no le doblaba la rodilla, y aquel dia iba á ser el último de su vida, El Rey, que tan pronto le había concedido la facultad de no dejar un solo judío en su reino, más fácilmente le había de permitir que ajusticiase á uno-solo: su triunfo iba á ser completo en ese dia, segun se lo pro- metía su corazon, y se lo garantían la privanza del Rey, sus riquezas y sus amigos. Creció de punto su insensata alegría, cuando el mo- narca le'preguntó sin darle tiempo para hablar, qué premio y qué honra debiera darse al sujeto á quien el Rey quisiese elevar con ho- nores ; porque persuadido de que el monarca iba á darle á él solo, y a nadie mas, nuevas grandezas, expuso en pocas palabras que el tal sujeto debía de ser vestido de manto real, y de cuantas insignias fue—

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