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71 cia, y ella la Reina de la misericordia (1). Y nótese un ligero vislum- bre de esta excelencia de la Virgen, en la primera que fué escogida por Dios para que con la gracia de sus labios obligase 4 David á no sacar la espada de su lugar, y á perdonar á un hombre insolente que le había ofendido. Era aquél un monarca jóven, robusto y valeroso, victorioso en cien batallas , y favorecido de Dios en cuantos peligros le habían rodeado ; pero un impío no solo le negó sus auxilios , cuando se los pedía, haciéndule presente que él le había defendido y amparado, sino que le insultó, llamándole rebelde y perverso. ¿Qué soldado fiel y leal sufre tales insultos? ¿Qué caudillo victorioso en todas sus em- presas , que no ha desenvainado jamás su espada sin razon, ni la ha vuelto á su lugar sin honor, y en cuya alma arden los sentimientos de generosidad , sufre tanto desman? David no tiene paciencia al oir ser llamado rebelde y malo; arma sus soldados , emprende la marcha, y pasando con rapidez las crestas del Carmelo, baja ya de los altos derrumbaderos, respirando fuego contra el temerario. Pero Abigail le sale al encuentro y se postra ante el noble guerrero: y son tan prudentes las razones que expone, hay tanta suavidad en sus pala- bras, y tiene tanto ascendiente su presencia en el corazon que latia como el de un leon, que se vuelve manso como un cordero, perdo- nando en el acto á su enemigo (2). Ninguno mejor que el pueblo cristiano puede decir con toda ale- gría, quién.es la santa Abigail, que contiene las iras del cielo y vuel- ve propicio á los hombres al Rey de la eternidad, al Monarca pode- roso, á cuya ira nadie puede resistir. Cuando ella abre sus labios para abogar por los hombres , la Justicia divina se doblega á su voz, cesan las iras, y entra á ejercer sus fueros la misericordia. Nada se niegaá esta Reina del amor santo, dice San Antonino; porque elía se presenta al Hijo, y le hace presente que es ella quien le ha amantado, no pudiendo ménos de oir tan buen Hijo 4la que es tan buena Ma- dre (3). La historia de diez y nueve siglos, la tradicion de los tiem- pos Femotos del cristianismo, la fe de los Padres de la Iglesia, y por fin, hechos muy recientes é innegables están diciendo al mundo cre- yente , que sin la contínua intercesion de la Vírgen, mil cataclismos de sangre, de pestes y de horrorosas catástrofes hubieran destrozado la humanidad (4). Y en verdad, hay razones muy poderosas para con- (1) In Prefation. ad exposit. Epist. canonicar. (2) 4. Reg:,c. 23, v. 35. (3) Cap. 4p.t. 13; cap. 4, $.7. (4) Como escribimos para almas creyentes, no. tenemos que confir- mar con argumentos de critiga severa lo que decimos. Desde que el poder turco palideció en el mar de Lepanto, hasta que Pio VII entró en Roma en 1813, despues de haber estado encarcelado en Savona , hay muchos eventos memorables, cuya solucion no se encuentra en la política hu-

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