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65 quel, y de la que el Espíritu divino estaba enamorado desde la eter- nidad , y cuyo desposorio deseaba para empezar á dar á los hombres una vida nueva, en la cual germinase la santidad y la piedad , tenía que venir en tiempos ulteriores, y ella conduciría á las almas santas á los pastos saludables de la gracia en compañía del Pastor de los pas- tores , y separaría las ovejas que se le encomendaban de los peligros en que pudiesen perecer. Esta mujer era la Virgen de Israel, cuyo tipo glorioso delineó la Sabiduría divina en la Raquel, que fué el hechizo de Jacob. $. IV. Maria, hermana de Moises. Con tan notable personaje se cerraba la época de los grandes Pa- triarcas, y empezaba la de sus hijos: en doscientos cuarenta años és=" tos se habían hecho una nacion fuerte, á quien la opresion y la tira- nía de monarcas inicuos no pudo subyugar con la más degradante y dura esclavitud, y cuya fe y religion primitiva se conservaron en medio de tanta y tan vil supersticion como viera en Egipto. Grandes acontecimientos caracterizan la época cuarta del mundo. Menái había visto sobre sí la mano de Dios, y ni laffaguas convertidas en sangre, ni las plagas de insectos y de reptiles que invadieron todas las casas de los egipcios y hasta los palacios del rey, ni la muerte de todos los primogénitos, sin exceptuar el heredero del trono, pudieron ablan— dar el corazon de Faraon, para que dejase ir en paz al pueblo amado de Dios. Era entre tanto una hermosa mañana de primavera, y ya las turbas de la descendencia de Jaceb se encontraban sobre las arenas del mar Eritreo, en cuyas aguas flotaban en horrenda confusion los cadáveres del Rey egipcio, de sus ministros , de su ejército y pueblo, apareciendo y desapareciendo entre las ondas arremolinadas y espu- mantes, cadáveres, lanzas , adargas, saetas, aljabas , ruedas destro- zadas, carros de guerra destruidos, yelmos, escudos, y cuanto arnés de guerra pudo aglomerar una nacion feroz, empeñada en no dejar con aliento vital á un solo hijo del pueblo santo, que había dejado á viva fuerza el suelo de Jesen. Encuéntranse los espectadores de esta gran catástrole divididos en dos fracciones casi innumerables : aquí los hombres robustos y valien- primero fué modelo de todas aquellas, y el segundo fué el poseedor del templo , que era figura de la Iglesia y de su divino Fundador, y el padre además de la inmortal Ester, que fué entre las mujeres del pueblo san- to el tipo más cumplido de la Vírgen María.
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