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607 cacion (1), se modula incesantemente un cántico nuevo, en el cual se alaba á la vez la justicia y la misericordia de Dios por los grandes é inefables beneficios, que han recibido de él: pero entre tanto casi pudiera decirse, hablando á estilo le hombres, que uno y otro atributo están en perfecta quietud. Y si bien es verdad, que en Dios no hay más que un acto purisimo, siempre presente y eterno, y por lo mismo que el acto con que santifica á los justos con su gracia, y lus salva con su misericordia, y los corona con su justicia, no pasa para él, pues nada hay en Dios, que no sea presente, tambien lo es,-que para los santos que viven y reinan con Dios paso el tiempo de pediry necesitar de la gracia divina para no caer, y el de temer la justicia inexorable, pues fueron ya juzgados, viviendo ya todos en aquel tigmpo que dura— rá para siempre, y gozando además de una dicha de que no pueden decaer. En vista de esto, y siendo verdad que la Virgen es el con ducto por donde se comunican á los hombres las gracias celestiales, y no necesitándolas los que viven con ella en el cielo, ¿habrá razon para que se la llame Reina de misericordia? Doble motivo tienen los moradores del cielo para dar á ¡a Virgen este dictado: lo pasado y lo presente los incitan á dar esta alabanza á la Madre de Dios, porque saben que debieron á ella todas las gracias que Dios les dió pura salvarse, y que lo que hizo con ellos siendo via: jeros de la tierra, lo está haciendo siempre con sus hermanos que vi- ven en ella, Y no es diferente el motivo, por el cual los que VIVIMOS en la tierra, unidos con vínculos de amor á los moradores de la patria, llamamos á la Virgen nuestra Madre, y Madre de la misericordia. La fe católica nos enseña que los santos, que reinan con Cristo en el cie- lo, forman con nosotros un mismo cuerpo místico, en el cual hay la misma animacion que es la caridad, la caridad, que jamás se acaba (2). En ellos este amor es un amor que descansa en la posesion del obje- to amado, á quien no pueden perder: en.nosotros este amor se encuen- tra combatido y atribulado al ver cuántos enemigos tenemos, pero es el mismo: allí un amor que triunfa, aquí uno que pelea: allí descansa, aquí trabaja: allí reina, aquí combate por ganar el reino. Pero los que triuntan, los que reinan, los que son felices para siempre ¿habrán perdido hácia sus hermanos el amor que les tenían, cuando estaban con ellos en este valle de lágrimas, en este palenque de sus peleas? Los que ciñen sus sienes con lauros de amor interminable, dejarán de amar á-sus hermanos, tan sólo porque éstos no se hallan en el mismo terreno? Los que se encuentran dentro del alcázar del Padre celestial y están sentados á su mesa, y Se embriagan en los torrentes de la caridad infinita, ¿no dirigirán una mirada de amor á sus hermanos, (1). 2. Timot. cap. 4 y. 8 2 41. Cor. cap. 13, y. 8
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