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605 cilla y á su madre, de las coronas que cubren sus sienes : así el úll— mo de ellos, se dirige á los ciudadanos del cielo y les hace esta inter- pelacion: «Reinais y reinais para siempre, oh habitantes de la patria eterna: pero decid: ¿quién os ha obtenido ese reino? y oigo que me responden, no lo dudeis, es la Virgen María, la Reina de misericor- dia, cuya piedad está en el cielo, la que con sus ruegos, Sus auxilios y su intercesión nos alcanzó el reino celestial (1). » ¿Quien podrá describir, siquiera con ligeros rasgos, el sublime conjunto de guirnaldas y auréolas que los moradores del cielo fueron poniendo á los piés de la Virgen, cuando ésta se sentó en el trono de Reina junto á su Hijo Dios, y fué coronada por la augusta Trinidad como Hija, como Madre y como Esposa? Todos á una voz pudieron cantar un cántico nuevo, y decir á la Virgen, que es acreedora á su amor y gratitud, porque ella sola fué digna de recibir en su seno la di- vinidad , el poder, la sabiduría y la fortaleza : ella sola la digna de dar aquella sangre que los redimió y santilicó, y llevó al paraiso. «Entón- ces, dice el Damasceno, Adan y Eva autores de nuestro linaje, dijeron en alta voz llenos de júbilo: Bendita tú, oh hija, que nos quitaste las penas del mandamiento violado. Tú, que eres nuestra hija, porque llevas el indumento de nuestra carne, nos diste al que nos procuró el vestido de nuestra inmortalidad. Tú, en pago de haber recibido de nosotros el nacimiento, nos diste la bienaventuranza , quitaste nuestros dolores, rompiste las ligaduras de la muerte, y nos trajiste del des- tierro á nuestra primera condicion. Nosotros cerramos el paraiso: tú abriste el camino de la vida: por nuestra culpa salieron Cosas tristes de las que eran alegres: mas, por tu mediacion, de esas tristes pro- cedieron otras más alegres que las primeras. Tú eres fuente de vida y escala del cielo. Bienaventurada eres en verdad y muy bienaventu— rada entre todas las mujeres (2).» Lo que pone este Santo en los la- bios de Adan, bien se puede asegurar que lo repitieron todos sus hijos, redimidos con la sangre que el Cordero de Dios tomó dela Virgen María. Seguramente podemos decir que el mundo entero entra en una nueva fase, desde el día en que fué coronada por Reina suya esta Vír- gen sagrada. Dejemos á un lado el imperio que Dios la diera sobre el mundo material, y bástenos decir que, quien tiene por manto el sol, por corona las estrellas, y 4 la luna debajo de sus pies, manda en los cielos y en la tierra. Pero, fijemos nuestras miradas en el mundo espi- ritual, en el que es mucho más bello é interesante que el material que vemos, en el mundo de las inteligencias humanas, y verémos que en realidad todas aquellas que han tenido la dicha de recibir las luces (4) S. Antonino de Florencia, obra citada, títul. 13, cap. 2, $. 1. 9) Serm.2, de Dormit. Virg.

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