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600 nos de ser coronada por el Hijo: aquella fe, con que dió asenso 4 cuanto se le propuso de parte de Dios, entregándose toda á él, para que se cumpliese cuanto el mismo Dios tenía decretado, no podía dejar de ser coronada por el Espíritu Santo. El Padre la da la corona de la humildad el Hijo la de la virginidad, y el Espíritu Santo la de la fidelidad. Cada una de las personas divinas coronaba en la Virgen lo que había sido , por decirlo así, el complemento de sus deseos. La dona- cion mayor, que Dios ha podido hacer á una pura criatura, es la de su Hijo , exigiendo esto en la criatura la humildad mas profunda que hubiese, despues de la del mismo Hijo de Dios hecho hombre. Esta humildad era lo que Dios fué buscando en cada uno de los individuos del linaje humano, y es bien seguro, que si no hubiese salido al mundo la Virgen, el don no podia hacerse, porque no había más que en ella la humildad correspondiente á la sublimidad de la donacion. Era necesario además, que la persona que recibiese al Hijo de Dios, estuviese llevando sobre sus hombros por espacio de muchas décadas un peso inmenso de gloria, cual era la de ser Madre de Dios: y tam= poco era posible que lo sobrellevase, ni un solo momento; si no tenía una humildad tan profunda, cuanto era sublime el cargo. Todo esto halló el Eterno Padre en María, y por eso la dió á su propio Ilijo: tanta humildad exigía una corona de Reina y Señora del cielo y de la tierra, y de cuantos séres criados hay en ellos. Y ¿qué había buscado el Hijo de Dios para bajar 4 tomar nuestra carne en las entrañas de una mujer? Aquello que la pusiese á una distancia casi jofinita de la mujer más perfecta, quehabía salido de sus manos. La mujer más perfecta que había habido , prefirió un deleite del sentido al amor de Dios: la que había de tener con Dios la union más íntima que ha podido darse, tenía que mirar con horror tan pro- fundo 4 todo deleite, que aun renunciase á los Jícitos y honestos, emulando, siendo moradora de la tierra, la naturaleza misma de los espíritus soberanos, que son ciudadanos del cielo. Y es evidente, que este amor de la pureza era el pensamiento más intimo de la Virgen cuando renunció, no ya á ser madre de un hombre cualquiera, sino del deseado de todos los pueblos, del gran Rey que había de dominarla tier- rasi para serlo, tenía que perder lo que más estimaba, que era la vir- ginidad. Esto buscaba precisamente el rey de las vírgenes, para venir á hacerse hombre, y vivir con los mortales, y morir por nuestro amor, clavando el decreto de condenación que habia contra nosotros, suje- tando á los principados del infierno, y obligándolos á que ellos tambien doblasen en su presencia la rodilla, así como la doblan las demas criaturas. Una vez encontrado todo esto en la Vírgen, y llevadaá efecto la gran empresa por el Hijo de Dios, era de justicia que la que le había dado su cuerpo, su sustancia y su leche; la que lo había
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