BCCPAM000542-2-34000000000000

594 Diez y seis siglos han trascurrido desde que la religion eristiana, despues de haber destruido la idolatría, empezó á dominar el orbe : y apénas hay uno solo que no cuente muchos favores recibidos de Dios por la intercesion de su Madre. Ni tampoco hay nacion, en donde no se hayan levantado templos y basílicas para eternizar en sus muros la memoria de los beneficios recibidos (1). Es verdad, que por efecto del progreso vandálico de la ciencia moderna, más amiga de coliseos que de templos, muchos de esos monumentos no son hoy sino montones de ruinas, 6 quizás están convertidos por la filosofía del lujo, y de la voluptuosidad en fábricas manufactureras, Ó quizás en usos abomina— bles: pero, entre tanto el principio se conserva intacto en el corazon de los fieles, y sobretodo en la Iglesia católica, la cual ha reconocido siempre enla Virgen á su protectora. Vamos á traseribir aqui para consuelo de las almas, y para forti- ficar la fe de los débiles dos testimonios que encierran la fe de diez y ocho siglos, lo que será la conclusion de esta materia. Véase cómo se invocaba á la Virgen en tiempo de la irrupcion de los africanos en Europa. En un sermon sobre la Concepcion de María , daba S. Pedro, obispo de Argos, el pláceme á los Santos Joaquin y Ana por tener una hija como María, y les dice estas palabras. «Y vosotros, oh padres de la Madre de Dios, y tambien padres santisimos de Dios, dulcísimo consuelo de nuestra naturaleza, y primicias sacratísimas y augustas de la ley y de la gracia, concedednos que las cosas permanezcan en es- tado pacífico, imponiendo un freno á la ferocidad de los infieles, do- blegando lo erguido de su cerviz, haciéndoles bajar su ceñuda mi- rada, y volviendo contra ellos la espada que sacan contra nosotros. Rogad á Cristo, pura que levante su mano contra sus altanerias, y no permitais que seamos cortados como el heno por su mano feroz y san- tuido festividades. Tales son la del Rosario, extendida á toda la Igle- sia por Gregorio XII, enmemoria de la batalla de Lepanto ganada por la armada española contra los turcos, la del dulce Nombre de María insti- tuida por Inocencio XI para perpetuar la memoria de otra gran batalla ganada en Viena por las tropas cristianas sobre los mismos turcos, y otras muchas de Iglesias particulares que no hay necesidad de re- ferir, pues están llenas de estos monumentos las historias de los pue- blos católicos. (1) Sialguna nacion hay que tenga glorias en esta matería es nuestra España: desde Covadonga, de donde salió D. Pelayo con la bandera de la Virgen, hasta que Doña Isabel Primera colocó sobre los muros de Grana- da sus estandartes victoriosos, pasaron siete siglos, y en todos ellos combatieron nuestros padres contra el moro, llevando siempre el lábaro de la Cruz y el estandarte de la Virgen. Quien quiera saber bien la his- toria de la piedad de nuestros mayores, y el porqué de su valor indoma- ble, lea la historia de las imágenes célebres de la Virgen que veneramos en nuestro suelo, y allí hallará los monumentos que acreditan la fe de nuestros ascendientes, y la proteccion que les dispensó la Virgen María,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz