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991 en el último vértice de de las cosas junto á Dios, y ordenen su vida mirándola á ella. Y esté seguro el que lo hiciere que no lo doblará el viento de la vanagloria, no se estrellará en los escollos de la adversi- dad, ni se arremolinará en la vorágine de los placeres , sino que lle— gará á puerto seguro de salvacion (1).» Así hablaba el oráculo del siglo cuarto, no discrepando de este sentir otros santos doctores de aquellos tiempos y de los que les si- guieron. De este nombre decia San Metodio (2), que está lleno de bendiciones y gracias: San Efren, que es la puerta del cielo (3): y San German que es como el ambiente, que da vida al alma. «Asi como nuestro cuerpo, dice, tiene por señal de vida y de accion vital la res- piracion , así el santísimo nombre de la' Virgen, no solamente es señal de alegría y de auxilio en todo tiempo, lugar y circunstancias, sino que lo concilia y lo procura, siendo además este nombre el que repele todas las invasiones del enemigo malo (4).» María, dice San Pedro Damiano, es el terror más espantoso de los espiritus malignos (5): y su solo nombre es tan terrible para ellos, que los que le pronuncian, se salvan de sus garras, porque apénas lo pronuncia su alma, la suel- tan, aunque la tengan ya agarrada (6). Con esta leche había sido nutrida la Iglesia enseñada por el Espí- rita Santo: lo primero que sus hijos aprendían en la historia de sus dogmas era el oráculo divino, que atestiguaba la enemistad irrecon- eiliable que el demonio tendría con una mujer , devolviéndole ésta odio por odio , porque había de detestar todas sus obras, y había de estar combatiendo abiertamente con él para destruirlas. Y esta doctrina se enseñaba claramente á los mártires, pues San Cipriano de Cartago escribía estas palabras: «en aquella mujer estaba prometida la Madre de nuestro Señor Jesucristo; ésta fué señalada como el objeto de las enemistades de la serpiente; y por eso dijo Dios á ésta, pondré ene- mistades entre ti y la mujer: no le dijo, pongo, por que no se creyese que se refería á Eva: era una palabra de promesa, que se trasmitía al porvenir (7).» Así en todo tiempo la Iglesia ha llamado en su auxilio á la Virgen confesando con la mayor solemnidad su proteccion , su virtud y sus resultados (8). (1) Lib. de Laudib. Virg. Puede verse lo que hemos dicho en la 2.* parte, libro decimocuarto, S. T, pág. 256. (2) Orat. in Hyppapant. Domin. (3) In deprecat. ad Virg. (4) Orat. de zona. (3) Serm. de Nativ, (6) S. Bonav. in Psalm.5. (7) Lib. 2. Test. adv Jud., cap. 9. z (8) Era en el siglo quinto cuando los Pádres del Concilio Efesino pro- clama ban á la Virgen Protectora de la Iglesia. cantando solemnemente aquella oracion que decimos cada dia : Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y ex la hora de nuestra muerte. Entónces se dijo ya que ella era la que destruía los errores y herejías en todo el mun-
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