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e AEETAIMNET A A AA ¡ E ño! 388 batir econ un gigante por no perder la prenda de su corazon, sin temer la muerte, porque el amor es tan fuerte como la misma muer— te (1). Es esta una prerogativa anexa á la maternidad, de la cual, así como de las demás propias de cada uno de los oficios de la naturaleza, nadie puede gloriarse. Mas ó ménos solicitud, mayor ó menor cuidado, será lo que constituirá la diferencia gradual entre las madres: pero ninguna posee la gloria de la maternidad, sin que quede constituida por la naturaleza en el oficio de protectora de su hijo. Este oficio de proteccion de los hijos, que en su ejecucion llega á su último grado de perfeccion en algunas madres, es el que la Vírgen ejerce respecto de toda la Iglesia de su Hijo, encomendada por éste á su cuidado, cuando estaba para entregar su alma á su Padre en el Calvario. Y, como sus nuevos hijos se habían de ver expuestos siem- pre á-los ataques de los mismos enemigos, ora visibles, ora invisibles, no había de pasar un solo dia de los que ellos militasen en la tierra, sin que ella les dispensase su proteccion: proteccion invisible, como que bajaría de lo alto, pero que la harían evidente y palpable la fe de los creyentes, y los auxilios que habian de recibir en tiempo oportuno. La Iglesia tendría dos especies de enemigos, invisibles y visibles: pero de unos y otros había de triunfar con la proteccion de su Madre. Quié- nes fuesen los enemigos invisibles, nos lo dice Jesucristo con toda cla- ridad en su Evangelio, como aparece con toda evidencia á quien lo estudie. Cuando Jesucristo fundaba su Iglesia, dijo clara y terminantemente al que constituía su Vicari» en la tierra, que los poderes del infierno no prevalecerían jamás contra ella (2). Qué poderes sean estos, y dón- de están y residen, y dónde tienen su reinado, lo explicó tambien él mismo, para que supiésermos que, si bien se llaman poderes del infier- no, no están sus maquinaciones en aquel lugar abstruso y recóndito, sino que andan en este mundo y en medio de nosotros. Jesucristo nos enseñó cuando se entregó de su propia voluntad 4 sus enemigos, que hay aquí, en la tierra, un imperio infernal con su rey y sus ministros, los cuales trabajan sin cesar, para destruir, si les fuera posible, otro reino, el reino de la verdad y santidad, que es el reino de Cristo y de su Iglesia: y significó con toda precision, que algunas veces se permitía á ese monarca maloé inicuo prevalecer en apariencia contra los que militan en el otro reino, creyendo él en su malicia que ha triunfado, cuando lo que él supone que es una victoria, no es sino una derrota. Todo esto encierran aquellas palabras dichas á los escribas y fariseos cuando iban á echar mano á Jesus: Esla es, les dijo, vuestra hora, y el poder de las tinieblas (3). / (1) Cant., cap. 8, v. 6. Matth., cap. 16, v. 18 (3) Luc.,cap. 22, y. 53. MS

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