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384 era la caridad. ¡Qué! ¿Ha sido una cosa insignificante el ver que los cristianos más fervientes, los religiosos, hayan estado yendo por es- pacio de cinco siglos 4 la Siria, al Africa, á Turquía y á la Persia, sin más objeto que el de enjugar las lágrimas del niño, del anciano, de la doncella, reducidos todos á arrastrar una cadena , por solo el crimen de llevar el nombre , que es el anagrama moral de la civili- zacion? Bajo cualquier aspecto que esto se mire, sea político, 6 civil, ó religioso , sobresalen en ello grandes virtudes, como son amor acen- drado del prójimo, espíritu de sacrificio, generosidad y heroismo. Muy faustos tenían que ser para el mundo los efectos que estos ac- tos de heroismo habían de producir más tarde 6 más temprano. ¿Era poco expatriarse para siempre, pasará naciones enemigas, vivir en- tre pueblos bárbaros, y arriesgarse 4 presentarse á bajáes inhumanos, á decirles que esfaban hollando el derecho natural y de gentes por obtener un puñado de oro, y que se lo traían por tal de que saliesen á gozar de su libertad los pobres cantivos? ¿Era poco para el bárbaro y para el civilizado el que unos hombres, 4 quienes ningun lazo de sangre unía con el cautivo, fuesen á un tirano del oriente 4 decirle, que pusiese en libertad al pobre proletario que tenía esposa é hijos envueltos en desolación y amargura, y que pusiese en sus pies y má- nos las cadenas y los grillos que aquél arrastraba? Estos actos son de tal naturaleza, que sorprenden al bárbaro, llaman la atencion del filó- sofo, aunque sea del número de esos que profanan el nombre de filó- sofo , haciéndolo sinónimo de indiferente ó despreciador de la religion, y obligan por fin á los hombres á establecer por medio de protocolos, lo que han visto que han hecho los hijos de la fe por medio de actos de caridad heroica (1). Llámase á esto en el idioma humano civilizacion: pero, si se va á buscar el orígen de este progreso, se ha de venir á parar á la re- (1) Si tuviéramos á la vista la estadística de los cautivos, 4 quienes han dado libertad los hijos de la eligíon de la Merced por espacio de cin- co siglos , nos asombraríamos, pues pasan de cuatrocientos mil sólo en Africa. Véase entre tanto la diferencia de los tiempos: hace un siglo, que no se veian en las regiones orientales mas europeos que los mismos Religiosos, que tenían sus hospicios en algunas ciudades. tolerando su permanencia los sultanes y emires, porque sabían que esos Religiosos les llevaban oro para rescatar á sus cautivos. Si algunos había disemi- nados aquí y allí con motivo del comercio, tenían que andar en traje turco, y aun así no se libraban de las violencias que se cometían con ellos, hasta obligar á más de uno á renegar de Jesucristo. Hoy dia cual- quiera puede pasar á Constantinopla, al Cairo, á Trípoli, á Beirut, á donde guste, pues encuentra entre los musulmanes á sus compatriotas viviendo pacificamente entre los fanáticos adoradores de la sensualidad, el obispo, el sacerdote, la hermana de la caridad, el comerciante, y hasta el aventurero, sin que nadie los moleste. La caridad , que viye únicamente en la verdadera Iglesia, ha conquistado el mundo.

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