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580 y los Jidefonsos, los Pedros Damianos, los Anselmos y Bernardos en Occidente no parece sino que oían de los labios mismos de la Virgen las reglas de moralidad y de piedad que enseñaba, pues junto con ellas publicaban, que cuanto habían hecho los apóstoles y sus sucesores era debido á la ternura maternal, con que la Madre de Dios miraba á la Iglesia fundada por su Hijo (1). Pero hay ciertos hechos en el traseurso de los siglos, que llevan un sello especial de armor por una parte y de civilizacion por otra, de- bido todo á la Virgen, los cuales no pueden dejarse pasar en silencio, sin ser injusto para con la historia y la filosofía, que hay encerrada en ella. Estos acontecimientos están ligados con una de las épocas más funestas que ba tenido la Iglesia, que fué la invasion de los secuaces del Alcoran: porque en ese largo período de calamidades, la Virgen se mostró más de una vez, no tanto como protectora de la Iglesia, sino como inspiradora de pensamientos, que encerraban un gérmen de piedad religiosa y de verdadera civilizacion para los hombres. Contemporáneos son estos hechos que vamos á describir, aunque no nos detengamos en uno de ellos sino someramente. Sabido es por todos, que apénas ningun siglo fué inaugurado bajo tan malos auspi- cios como el décimotercio, en el cual los enemigos de la Iglesia, salidos de su propio seno, destruían la civilizacion del Evangelio, miéntras que los que venian de fuera intentaban eliminar del mundo toda ilus- tración, arrancando con el filo de su alfanje la vida ó la fe al discípulo de Cristo. Hombres tan eminentes como un San Bernardo habían tra= bajado ya, aunque en vano, para persuadir á los fanáticos que depu= siesen las armas, y se humillasen á la potestad legítima , confesando sus errores, y cesando de tener á reinos y provincias en conmocion continua. El mismo Vicario de Jesucristo tuvo la pena de ver que sus trabajos y conatos fueron inútiles, que se engañó en sus esperanzas, y que ni la dulzura en las palabras producía efecto en los corazones per- versos, nilas amenazas los conmovían, ni las penas espirituales hacían mella en los hombres contumaces. Entre tanto., 4 manos de estos in- creyentes armados eran reducidas las ciudades á cenizas, robadas las Iglesias, saqueadas las aldeas indefensas viviendo todos en alarma con= tinua por temor de la revolucion. Eran estos los Albigenses, unidos á los Waldenses, ó pobres de Leon de Francia (2). (1) En la Basílica Liberiana de Roma, por otro nombre Santa María Mayor, está pintado en el ábside del altar mayor Jesucristo coronando á su Madre en figuras muy grandes de mosaico, lo que se hizo en memo- ria del Concilio Efesino por haber declarado éste que María era Madre de Dios. y en la misma época del Concilio. (2) Era tanta la ferocidad de las turbas dadas á los errores de los Albi- enses, que hubo necesidad de levantar cruzadas contra ellos, como si ueran enemigos del nombre de Cristo, Y en realidad lo eran, pues pro-

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