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AN me FEAS a AA a A 977 Este beneficio de la educacion, ó mejor dicho, de la crianza espi- ritual de las almas por mano de la Virgen, aunque es universal, pue- de llamarse individual, porque no hay uno solo de los que se salvan que no lo reciba. Pero hay otros favores, hechos por la Virgen, no precisamente al individuo, sino á la sociedad tambien, y áun muy sin- gularmente á ella, porque han sido de gran exuberancia de bienes para la familia humana, no sólo en órden á la salvación de sus hijos, sino á la mayor felicidad de todos en este mundo: y debemos referir- los tambien, para que se vea que en la civilizacion del mundo ha ido conduciendo la Virgen por la mano 4 los que la han llevado á efecto. Sabido es, que desde la abolicion de la supersticion idolátrica por medio de la predicación del Evangelio han ido presentándose ciertas épocas funestas, en las cuales la religion de Jesucristo se vió amenaza- da de excidio, amenazando tambien la misma ruina á la civilizacion del mundo. La primera época funesta se inauguró al propio tiempo que la idolatría empezaba á ser desterrada de la sociedad, pues coin— cidió con la aparicion del arrianismo que destruía la divinidad de Je- sucristo, y reducía á la nada el mérito de su pasion y muerte y el precio de nuestro rescate. Fueron tantos los mónstruos infernales que salieron 4 luz entónces, que parecía había habido en el infierno una conjuración universal para aniquilar al Hijo de Dios. Apénas había desaparecido el autor de esa herejía, aunque sin que desapareciese su error, se levantó otro que con sus doctrinas conspiraba á dar los mis- mos golpes á Jesucristo haciendo de él un compuesto monstruoso, del cual resnltaba que Dios no había muerto por salvarnos, y que quien había muerto era un hombre, hijo de la Vírgen, pero no hijo de Dios. Aunque estos dos herejes distaban un siglo entre sí, era uno mis- mo el resultado de su doctrina, pues uno y otro destruian la doctrina de la Iglesia sobre la encarnación del Hijo de Dios, y quitaban á la Vír- gen el honor inefable de la maternidad divina. Grandes fueron los ma- les que estos errores causaron á la Iglesia católica cuyos templos fue- ron quemados y despojados, cuyos obispos se vieron perseguidos por los arrianos y nestorianos sus enemigos, y cuyos hijos empezaban á vacilar en la fe, sobre todo al ver que lo3 grandes del mundo favore- esta Virgen , que seamos nosotros para Dios al comer la carne que su Unigénito tomó de ella, lo que fué Dios para ella cuando fué concebido en su seno, pues enlónces parece como que se lo absorbió y lo llevó he- cho una misma cosa con ella. Descendiendo éste al hombre, hombre verdaderamente celestial, es decir, á la Virgen, cultivó en su seno, como en tierra fértil, y preparó esta cena suavísima que es principio de vida, y fué disponiendo lo que sería en realidad nuestra comida. Y por tanto, cuando sn Hijo nos llama á esta mesa, alimentándonos con su carne, y alegrándose de que la comamos, hemos de referir todo esto á su Madre.» (Serm. in Deipar. Annuntiation., núm. XXV.' 37
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