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576 dido aquel pan de vida, y aquel maná celestial, fruto divino de su vientre , nacido de ella, sin que ningun labrador pusiera en su campo sus manos para cultivarlo (1).» En vista de esto nadie extrañará que los Santos Padres hayan concedido á la Vírgen en sus elogios hasta una especie de sacerdocio, como que ella es la que reparte á todos los fieles el pan de la vida, como lo hacen los sacerdotes. «Estupendo tesoro de la Iglesia es la Vírgen, dice San Epifanio, en la cual se encierra un gran misterio : y digo, que esta Virgen es á un mismo tiempo como sacerdote y altar, puesto que ella misma nos pone la mesa, habiéndonos dado á Cristo, pan celestial, para remision de nuestros pecados (2).» Ni ménos nos debe sorprender que los mismos Santos Padres hayan sido tan recono- cidos y tan afectos á:la misma Virgen: porque alimentándose , comose alimentaban, cada dia, con la refeccion eucarística, recordaban sin cesar que era esta Madre amorosa quien les proporcionaba ese ali- mento, que les daba fortaleza para andar por las ásperas sendas de esta vida. ¡Qué espectáculo tan sorprendente se presenta á nuestra vista al enunciar esta idea! Es como si se hubiera descorrido un velo que nos encubría un horizonte luminoso y de tanta extension , que no lo «bar can nuestras pupilas. Desde que Jesus mandó á sus Apóstoles que toma- sen la sagrada Eucaristía hasta que la reciba el último fiel, que habrá en la Iglesia de Cristo, ninguno ha participado de este pan, que no le deba 4 la Madre de Jesus. A esta Madre debieron su saber y su sabi- duría los Apóstoles: á ella son deudores de su fortaleza los mártires; á ella deben dar gracias por sus virtudes los confesores, y por ella han estimado en tan alto grado la pureza las virgenes. Madre verdadera- mente heroica ha sido para todos la Virgen; de sus entrañas purísi- mas dió la sangre, para que se formase el cuerpo de Cristo que come- mos : de su sustancia se dio el alimento, que lo fué formando por es- pacio de nueve meses : de sus pechos castísimos nació aquel licor ce- lestial, que lo sostuvo en su niñez: de tal manera, que al tomar la sa- grada Eucaristía, podemos decir que viene á nuestro pecho sustancia de la Virgen, y á muestro paladar leche de nuestra Madre; y con este alimento crecemos y nos desarrollamos en la vida espiritual , con él nos fortificamos y hacemos varoniles , y con él llegamos al monte de la vision, donde Dios nos enseña su rostro (3). que cada dia apetecemos Ja carne de Cristo en la Eucaristía, apetece- mos la de la Virgen, para embebernos en sus dotes virginales y sus cos- tumbres, y para que las incorporemos con nosotros. 1) Orat, 2.* de Dormit. Veipar. 2) Div. Epiphan., de Laud. Virg. (3) Véase cómo San Isidoro Tesalonicense explica esta accion admi- rable de la Vírgen en la santiticacion y nutricion de las almas : « Quiere

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