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374 tenta con haber dado la leche á sus hijos, sino que les da tambien su propia carne y su propia sangre, para que conserven su vida (1). No hay que pasar á la ligera por las palabras del doctor angélico, en las cuales dice, que, para alimentar Dios 4 nuestras almas , nos da lo que tomó de nosotros, su preciosa sangre y su sacratísimo cuerpo. Por cualquier parte que se miren , sale al momento una idea y es, que ese alimento ba sido preparado por el Espiritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María: que la materia, de que se ha he- cho esa nutricion, es la misma Virgen : que ella es el trigo candeal, del cual se ha labrado ese pan, y la vid frondosa que nos ha dado ese vino. La parte que tiene la Vírgen en la reparticion de ese alimento, es todavía mayor quela que tiene en la buena obra el labrador opu- lento, que riega con el sudor de su rostro el campo, y lo siembra de grano escogido , y despues lo siega, lo muele y lo hace pan, para ali- mentar á los pobres, dándoselo con sus propias manos. Porque en el labrador todo eso es extrínseco, pero en la Virgen nó; porque cuan do ella diósu cuerpo al Espíritu Santo, para que formara de él el que sería del Hijo de Dios, le dió su vida, su sustancia, su carne, su sangre, se dió, por fin, á sí misma. Y eso mismo da Jesucristo á los hombres : les da, dice el Crisóstomo , para su salud todo lo que re— cibió para hacerse su hermano en la naturaleza humana (2). » Gran luz derraman estas palabras para ver el carácter peculiar de la Virgen , pues aparece dando ella á cada uno de los justos el pan del cielo que los nutre y fortifica. Todos aquéllos que tienen en la Iglesia la vida de la gracia , y pertenecen á la parte más noble de la misma, á su espíritu (3), pueden decir con toda verdad , que reci- ben de la Vírgen lo que necesitan para conservarse fuertes y vigoro- Y) Div. Joann, Chrysost. , Hom. 60 ad popul. Antiochen. (2) Hom. 64. ad popul. Antiochen. (3) Llamamos partesuperior, ó más noble, y espíritu de la Iglesia á esa muchedumbre innumerable de almas que viven en ella, unidas á su cabeza Jesucristo por la fe y la caridad; Jas cuales, generalmente ha- blando , se mantienen en esa vida lozanas y fuertes por la frecuencia de los Sacramentos, y muy en especial de la Eucaristía, en la cual reci- ben la carne y sangre del Hijo de Dios, la cual se formó de la carne sa- eralisima de su Madre. Porque, aunque hay muchísimos en la Iglesia, los cuales son sus miembros y perténecen al cuerpo místico de la mis- ma, porque no han perdido la fe, la cual es la que nos hace propiamen- le pertenecer á ella, sin embargo, como no tienen caridad, su fe es muerta, como dice el apóstol Santiago (cap. 4, v. 26), y por consi- guiente, tambien su vida es muerta, no obstante que tengan el funda- mento y la raiz de esa vida que es la fe. De éstos decimos que están en el cuerpo, y que son de la parte inferior de la Iglesia teniendo el nom- bro de cristianos, pero nó el espíritu de ella . porque no viven á la gra- cia de Jesucristo. (Vid. Perrone Preelection. Theologic. tomo 4, tract. de Eccl. Christ. , cap. 2.)

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