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j j AR A ta paa 564 en el paraíso : hemos perdido nuestro imperio: no puedo soportar mi vergilenza y mi oprobio: nada me importaba que me hubiera vencido el fuerte, el poderoso, el Dios de los ejércitos. Pero, ¡una mujer! ¡Una mujer de tan poco valer en el mundo! ¡Una mujer ha estrellado mi cabeza, me ha dejado sin cetro, y me ha aherrojado entre estas llamas! ¡Ah , malditos de Dios! Ni quisisteis servirle á él, ni me ha- beis servido 4 mi : idos todos de mi presencia y escondeos entre los carbones encendidos, para que pagueis vuestra infidelidad. Así bra- mó Lucifer, tirando contra la chusma de sus ministros su cetro , di- vidido en miles de astillas , aumentando en aquel instante sus tor- mentos. Demás está el decir que en aquel momento se oyeron en el infierno los primeros alaridos de blasfemias contra el Dios humanado, y de imprecacion contra la Virgen, odiándolos el demonio con encarniza- miento, por haber aquél tomado nuestra naturaleza , y por haber ésta cooperado á esa obra de su infinita caridad. Entónces fué sin duda cuando se abrieron nuevos libros en el averno, y en el primero de sus negros pergaminos escribió Lucifer con caractéres de fuego: Odio implacable contra esa mujer. Entónces fué tambien , cuando, to- mando nuevas fuerzas en su desesperacion , se juramentaron todos los ministros de Lucifer, para no reposar jamás , y hacer cruda guerra á todos los que tuviesen el linaje de esa mujer, y siguiesen á su Hijo, guardando sus mandamientos, y manteniendo la confesion de su nom- bre (1). Asi la bendita entre todos las mujeres, la que ha de ser lla- muda bienaventurada miéntras haya hombres en la tierra , apénas al- canzó sobre Lucifer la victoria más universal que ha habido en el mundo , empezó á ser objeto de odio y de aversion para aquél y para cuantos le acompañasen en su error y apostasía. Mny profundamente habían meditado esta victoria de la Virgen sobre Lucifer los santos doctores de la Iglesia, pues á cada paso en- salzan el poder que tiene sobre los espíritus infernales. Su nombre solo, dice San Bernardo, causa tal impresion en los demonios, que no sólo temen, sino que se ponen á temblar (2). Huyen de ella, dice un escritor devoto, como del fuego : y póstranse ante la Virgen , como cae en tierra el que oye de repente la detonación del rayo que ha caido á su lado (3). Témenla y huyen de ella los demonios, afirma San Buenaventura , como temen los hombres y huyen de la sombra de la muerte. Témenla , así como tiemblan los enemigos en corto número (4) Et iratus est draco in mulierem, et abiit facere prelium cum re- liquiis de semine ejus, qui custodiunt mandata Dei, el habent testimo- nium Jesu Christi. (Apoc. cap. 12, v. 17.) (2) Homil. sup. Missus est. (3) Thomas de Kempis, lib. 4, ad Novit.

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