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o ds E II ¿A o 563 hijo de Adan, arrojó de sus horrendas fauces un rio de tósigo que inundó la tierra, pero sin tocar ni una gota á esta mujer (1). Sabía que había de tener un hijo, el cual había de regir á todas las naciones con vara de hierro, y estuvo acechando para ver cuándo venia este hijo, y tampoco pudo saberlo, porque este Hijo venía del trono de Dios y era para él (2): y al fin, despues que ha estado viendo á este Principe del cielo por tanto tiempo sin conocerlo; despues de haber andado acechando á esa mujer, sin tener el más ligero conocimiento de lo que era; despues de haberla mirado con tanto desprecio , y pre- cisamente cuando se gloriaba de haber destruido á su Hijo, es esta misma mujer quien holla su cerviz, quien le arranca de sus sienes la diadema , quien la sujeta, quien la encadena y quien la arroja al abismo. ¡Ah! Los tormentos del infierno, aglomerados todos en uno, ora en su intensidad, ora en su extension , son suaves para Lucifer, comparados con el que tuvo, cuando vió que una mujer, á quien €l despreciaba, había podido más que él, y lo había destronado. Apénas podrémos referir lo que pasó en aquellos momentos en las cavernas del abismo : lo dirémos , porque en ello se descubre la gloria de la Virgen : pues, por más que Lucifer blasfeme contra ella , y por más imprecaciones que vomite, para nosotros siempre es la Virgen la amada, la querida, la escogida de Dios, su Hija, su Madre, su Esposa, la gloria de Jerusalen, la alegría de Israel, y la honra de su pueblo , la triunfadora de Lucifer, el terror del infierno, y la madre de los hombres. Nunca hubo momento de mayor confusion en el infierno : entró en él Lucifer llevando la conviccion de su derrota, y penetró en las lóbregas moradas, atronándolas con sus bramidos de desespera- cion. ¿Dónde estais, va gritando, ministros indolentes de mi imperio? ¿Dónde os hallais, protervos, inicuos y malvados ? ¿Vosotros me servisteis con tanta fidelidad en el cielo, para levantarnos todos contra Dios, y ahora habeis sido en la tierra tan traidores, que no me habeis ayudado en nada? ¿Tanto tiempo ha pasado entre los hombres esa mujer, encubriendo con apariencias engañadoras al hijo que tenía, y nadie de vosotros ha tenido astucia para sorprenderla, en algun coloquio siquiera, para haber sabido que era Madre de Dios? Esa mujer me ha engañado, me ha encubierto la obra de la reden— cion ; yo la despreciaba como á una mujer cualquiera, la vituperaba, porque era mujer de un carpintero; crei que su Hijo era hijo del des- preciable menestral con quien estaba desposada. ¿Es posible que na— die de vosotros haya sabido nada en treinta años? Ministros cobar- des! ¡ Espíritus imbéciles! Nada hicimos en el cielo; nada hicimos (4) Apoc. cap. 12, v. 16 (2) Ibid. v. 3.
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