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k TIROS e A A A AT GAS RT AORTA A 556 y María , pues los dos son vituperados de la misma manera. Veamos sinó , quiénes son los que hacen sobre Jesucristo apreciaciones envile- cedoras y de desprecio; son los fariseos, y los que de la misma plebe los siguen ciegamente en su aversion á Jesus: los fariseos, quienes, como es sabido, eran el órgano de Lucifer, eran sus hijos, que hacían lo que veían que hacía su padre (1). No hay que dudarlo por tanto: lo que digan contra la Virgen los enemigos de su Hijo, es lo que piensa Satanás ; él es, por decirlo así, la concepcion mental, la palabra interna que fragua la opinion malvada, y los judíos malos y perver- sos son la palabra externa, la voz sensible, que publica esas mismas ideas. El primer acontecimiento ruidoso de la vida de Jesucristo fuera suficiente para haber perpetuado su memoria en Jerusalen, y haberlo tenido por un sér extraordinario, mucho mayor que Daniel, que siendo aún un mancebo, libró con su sabiduría, 4 una inocente ca- lumniada por dos ancianos corrompidos (2). Vióse 4 un niño de doce años, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles, y pre- guntándoles: y salieron de sus labios tales raudales de sabiduría, que cuantos le ofan, estaban pasmados y maravillados (3). Sin embargo, se hizo tan poco caso de esta aparicion súbita é inesperada de este niño tan sábio, y de tanta autoridad que preguntaba á los doctores, que ni aun memoria quedó de él entre los mismos doctores. Fué esto en verdad un designio especial de la sabiduría divina, que quería estar oculta hasta que llegase el tiempo marcado por ella misma para aparecer de lleno entre los hombres. Pero, para ejecutar estos de- signios, siempre se sirve Dios de algunos medios desconocidos de los hombres, y en esta ocasion no faltó alguno por cierto. Quien conozca las ideas carnales de aquellos doctores, ocupados en el estudio de la ley tan sólo por miras temporales de honores y de riquezas , compren— derá muy pronto, que para que el niño Jesus tan sabio, tan elocuente, y de tanta autoridad á la edad de doce años, cayese de repente en el más profuudo olvido, y áun en el más completo menosprecio, bastaba que viesen lo que vieron, precisamente cuando estaban en una especie de éxtasis al oir tanta doctrina ; vieron en efecto que era hijo de una pobre, y úsu parecer, del artesano que la acompañaba. Sabemos to- dos muy bien que el mundo siempre ha andado errado enjuzgar las cosas por lo que ve: y el mundo y sus amadores nunca han visto en el pobre sino andrajos , y bajo de ellos vileza, abyeccion y menosprecio. Valer, saber, honor y excelencias, no las encuentra el mundo sino entre los replieges del manto sedoso: y las proclama y las elogia, aunque de- (1) Joann. c.8,v.38, (2) Dan. c. 13, v, 435. (3) Luc. c. 2, v» 47.

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