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947 leían , y lo tienen todavía cuando leen las profecías en sus sinagogas: este velo lo iba 4 romper el Mesías; y nosotros, continúa diciendo el mismo Apóstol, contemplando sin velo y á cara descubierta la gloria de Dios en los misterios de la redencion, vamos marchando de claridad en claridad (1). Pero, la primera criatura, á quien Dios ha reve- lado todos estos misterios de un golpe de vista , y con toda la exten- sion que puede recibir en su limitacion, es la Vírgen. Y ¿qué hizo la Virgen en aquellos momentos en que, teniendo sus manos y sus ojos virginales levantados al cielo, vió aquel inmenso peso de gloria, que estaba para desprenderse del empireo , y tenía en éxtasis á todos los Querubines y Serafines? El acto de fe mayor que ha habido desde que hay hombres y ángeles (2), el acto de humildad más meritorio que existe despues de las humillaciones de un Dios hecho hombre : acto de fe, y de humildad , y de fidelidad, y de sumision que compendió ella en dos simples frases: Hé aquí, dijo al ángel, la esclava del Señor; hágase en mí segun tu palabra (3). Profundamente es necesario fijar aquí la consideracion , para ver cómo hiere la Virgen á Lucifer en el corazon, cómo lo confunde, y cómo lo anonada. Con una sola palabra reprueba la Virgen lo que él hizo, al querer comprender las verdades eternas, rechazándolas, ne- gándolas, y rebelándose contra Dios. Esa palabra es hija de la hu= mildad y de la fe, y al pronunciarla, salen del alma de la Vírgen dos dardos, que van derechos al corazon de Dios, de donde sale un volcan de amor hácia la misma Virgen que las pronuncia (4): pero esos (1): 2.” Cor, cap. 3, v. 18. (2) Con solo las palabras últimas de la Virgen al ángel se comprende que sa mérito tiene una infinidad negativa, que excede ella sola á los méritos de todos los ángeles y los hombres. Plácenos transcribir aquí para demostrarlo un bellísimo razonamiento de San Bernadino de Sena, que dice así: «Si se considera que el término de este misterio es el con- sentimiento de la Vírgen, se entenderá claramente, que está encerrado en él cuanto encierra en el alma y en el cuerpo la dignidad de la mater- nidad divina, y que trasciende en mérito de un modo infinito cuanto pueda pensarse ó decirse debajo de Dios. Por lo tanto. ese término tan imefable estuvo en proporcion con el mérito; y es preciso decir, que en realidad existió esta perfeccion. Y de aquí se deduce y se entiende bién, que la Bienaventurada Virgen mereció con sólo consentir en ser Madre de Dios, más que pueden merecer todas las criaturas racionales juntas, sean ángeles ú hombres, en todos sus actos, movimientos y acciones,» (Tom. 2, serm. 51,a. 3, cap 1.) Lo mismo dice San Buenaventura con las mismas palabras. (Div. Bonav.. in 3, dist. 4, a. 2, quest. 2.) (3) Luc. cap. 1, v. 38. (4) La humildad y virginidad de la Virgen son dos virtudes tan gran- des, que parece que cada una tiene derecho á la supremacía. Sin embar- go, la primera se deja ver con tanta semejanza con la primera virtud que ejercitó Dios al encarnarse, que segun San Bernardo fué la causa de que concibiese al Hijo de Dios; dice así este Santo: «me atrevo á decir,
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