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. 336 del mismo Dios que tendría un gran galardon, no pudo ménos de decir al Señor que por mucho que le diese, siempre le fallaba algo porque no tenía hijos (1): así tambien el santo Isaac al dar su bendi- cion 4 Jacob, le desea que Dios derrame sobre sus campos abundante rocío del cielo, para que tenga con demasía pan y vino (2): así por fin todos se humillaban en la presencia de Dios, cuando se veian heridos de esterilidad , rogándole con lágrimas, que les diese un su— cesor y les quitase el oprobio de no proporcionar un vástago al pue- blo de Israel. Nada de esto repugnaba á la ley santa de Dios: habíales éste pro- metido gran sucesion, muchos bienes, muchas riquezas, y se creían con derecho á poseer lo que Dios les prometiera, reputándose por desgraciados en caso contrario. ¿Hay que extrañar estas ideas? El Profeta decía que cuando el Señor enviase el sueño de la muerte á sus amados, dejarían lo que es la herencia del Señor, á saber, hijos, ri- quezas , ganados (5): el mismo Dios tenía dadas ciertas leyes á su pueblo para que no se concluyese ninguna familia, y es sabido que esta conservacion se encaminaba á conservar la descendencia de Abra- han, para que naciese en su dia Aquél, en quien serían bendecidas todas las gentes segun Dios mismo lo había prometido (4). Era el deseo de tener hijos una aspiración nacional, religiosa, y hasta en cierta manera sagrada en cuanto se dirigía á preparar la venida del Mesías. Y ¡cosa singular! No parece sino que Dios quiso que el contraste hiciese más notable el pensamiento de la Virgen, pues permitió que la grande y dilatada serie de Patriarcas se cerrase con dos, á quienes la esterilidad ocasionó muchas allicciones y proporcionó desprecios y amarguras por parte de algunos de sus conciudadanos, habiendo sido esto tambien el motivo que tuvieron para redoblar sus oraciones, y suplicar al cielo que les concediese lo que le habían pedido toda su vida, un hijo ó hija que les sucediese. Esta gracia les fué otorgada, siendo el premio de su fe la misma Virgen. Era, repetimos, muy justo el deseo de los patriarcas, y lo era el de todo israelita , porque de su sangre tenía que nacer el gran principe, que levantaría de nuevo el trono de David, y restablecería en la tierra el reino de Dios. Sin embargo, entre todos lus descendientes de Abra- han, el único que no tuvo esta aspiración era la Vírgen: y léjos de eso, se ha engendrado en su corazon un amor tan nuevo y celestial á la pureza, que desde que ha conocido lo que es el sér divino, le ha consagrado sn corazon , sus afectos , su alma, sus potencias, su cuerpo y sus sentidos, ofreciéndolo todo en holocausto purisimo, é interdi- ciéndose el más ligero placer. Y no se crea que la Virgen vaya en ese (1) Gen.,cap.15,v.2,3. (3) Psalm. 126, v. 2,3, (2) Cap. 27, v. 28. Y Gen. cap. 12, v. 3.
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