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a CO — PA. a ne A e A mk 519 ridad desde que lo vió espirar como Hijo de Dios? Esa es precisamente su mayor complacencia, saber que Dios es fuerte por esencia, omni- potente é invencible, y estar sin embargo haciéndole siempre la gue- rra: si se humilla bajo la mano de Dios á fuerza de poner este sobre su cerviz altiva el peso de su poder, todavia se complace en pensar que sea necesario que Dios tenga que ponerle la cadena. Es siempre la sierpe que quisiera híncar su diente venenoso, en el mismo que le da alimento en la jaula de hierro, donde la tiene encerrada. Pero no sucede lo mismo á Lucifer en su aversion á la Virgen, porque aquí se desespera, se deshace, se requema interiormente y de= searía poder aniquilarse de rabia. En el combate con ella no encuentra ninguno de esos alicientes que tiene el orgullo: porque ningun hombre altivo se digna siquiera mirar al niño, al débil, al anciano, á la mujer: se creería envilecido y*degradado, si entrase en liza con ellos, Ese brazo hercúleo necesita gigantes que midan sus fuerzas con él: esa frente orgullosa se ha de levantar sobre otras que estén cubiertas de yelmo ó de casco acerado; si en el combate tiene que medir con su cuerpo la arena del palenque, áun en su vencimiento se complace in- teriormente, porque es un héroe, un gladiador quien lo ha vencido. Pero, ¡entrar en batalla con una mujer y ser vencido ! ¡Lanzarse un gigante á la arena, llevando sobre su cabeza, no sólo yelimo bien tem- plado, sino corona de imperio, y dar de bruces contra el suelo delan= te de una niña, saltando ésta ligeramente y estrellando con su. pié la orgullosa testa del atleta, y quitándole la corona! ¡Ah! Eso es lo que no se ha visto todavía en la humanidad, lo que no es creible, lo que no es posible que suceda atendidas las reglas y las leyes que conoce mos. Pero eso ha sucedido á Lucifer con la Virgen. Y debemos decirlo altamente para gloria de Dios: por espacio de cuarenta siglos, podemos afirmar que Lucifer se tenía por algo, y se creía quizás dichoso en su arrogancia, porque andaba en combate con Dios, no dándose jamás por vencido, no obstante que no ganó jamás una victoria. Pero tan pronto como vino al mundo la Vírgen, el aspeo- to de las cosas cambió: se vió acometido por una niña á quien él esta- ba acechando; se vió con la cabeza rota, él que se las venía disputan- do con Dios: se vió con cadena al cuello, él que andaba libre enga- ñando al mundo entero, y desde entónces es un tigre que vomita fuego, un leon que da rugidos, una fiera que muerde la cadena sin poder rom- perla, bramando contra el que se la ha puesto, y royéndose el corazon de rabia, porque no ha podido devorarlo, no obstante que era para él un sér despreciable. La enemistad de Lucifer con la Virgen era ya inveterada en él cuando esa criatura inmaculada entró en el mundo: desde que Dios le dijo en el paraíso cuál seria su suerte venidera , al quererse él acer- car al calcañar de la mujer que le pronosticaba , concibió contra ella
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