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e is MS e cacaos SE Ma ratillo Arco ABRI a pa « a. y $e ade y b 315 prender á los incautos. En el estudio del cristianismo, tal como nos lo propone la Iglesia católica, tenemos el punto céntrico, de donde proviene aquella luz que ilustra sin deslumbrar ni turbar nuestras pu= pilas: este centro es María, en donde descansa el Sol de justicia, der- ramándose en su derredor copiosos raudales de luz divina que nos llevan al Padre celestial. Antes de estampar las últimas líneas, permítasenos un ligero desahogo á nuestro corazon oprimido de pena: nos da compasion el triste estado de los entendimientos de los que no profesan la unidad católica : hay en ellos la aridez de un pedregal, en el cual nada crece ni vegeta, por muchos que sean los aguaceros: las bellezas de la fe están ocultas á estos entendimientos tras un tupido velo; no quieren verá María en ninguna de esas fases brillantes, en las cuales la ve el catolicismo; no quieren darle una prerogativa siquiera que la en- salce sobre las demas mnjeres; de tal manera que aun dejan por mentiroso al ángel que la llamó bendita: entre todas ellas (1), por no decir á los Padres de los primeros siglos, quienes la llamaron Maestra del mundo, reparadora de Eva, é iluminadora de las almas , como lo es el sol del mundo material (2). Si en medio de las naciones que profesan la herejía, hubiese quien pudiese prender en los corazones el fuego del amor de la Madre de Dios, es seguro que las conver— siones á la fe verdadera serían numerosísimas. Esos infelices no tienen el sentimiente tierno y cariñoso de la religion: son como una familia de muchos hijos, entre Jos cuales se ve dureza de carácter, insensibilidad de corazon , porque no tienen madre que los mire con ternura ni los inspire cariño. Dichoso el católico que acude á la Madre para subir al Hijo y con él al Padre (3). (1) Luc. cap. 1, v. 98. (2). Perfecta ut sol, quia sicut sol solus orbem illuminat; sic hec soli- diori lumine, et angelos et homines illustrat. (S, Petr. Damian., serm. de Annuntiat.) (3) * Parecería una paradoja, y la tendríamos por tal, sino lo viése- mos prácticamente cada dia, ese odio que tienen á la Vírgen todos los herejes. Los primeros que desterraron de los sermones la invocación de la Virgen, fueron los protestantes: y no podemos menos de decirlo, nuestro corazon sufre mucho, cuando vemos que hay algunos que los imitan. Hoy dia que el protestantismo, dividido en muchos miles de sec- tas, está ya convertido en cadáver en los paises donde tuvo su cuna y sus grandes protectores, anda haciendo esfuerzos para ver si cobra algun aliento entre las naciones católicas, pagando emisarios, y teniendo á sueldo algunos papeles públicos , con encargo de abogar por el ensanche de calles y la higiene pública, y caer en seguida en la necesidad de echar á tierra iglesias y conventos, y de proclamar la precisísima necesidad de establecer la libertad de cúltos, coñ el fin de que puedan ir á todas partes muchos extranjeros, y llevar allí mucho comercio, diciendo que así abundará el oro. ¡ Oh ilusion ! Lo que harán, será aca. ,

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