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e 0d A A 502 donde saliese el Oriente que traía á los hombres la luz de la gracia, y la dulzura y suavidad de la misericordia (1): y en efeeto con la materni- dad divina aparecen la paz y la benignidad de Dios, se descorre el velo que encubría la divinidad , y el hombre se ve admitido al trato con Dios, pero trato íntimo y familiar, que lo eleva al conocimiento verdadero del sér divino. El espíritu humano, que no puede comprender más que la existencia de la naturaleza divina, sia poder descubrir con las solas luces de la razon la Trinidad de personas, da un vuelo inmenso, que lo lleva hasta el santuario de la divinidad , donde ve, no sólo que Dios es uno en esencia , sino que tiene tres personas realmente distin- tas, y que éslas se multiplican sín multiplicarse aquélla. Es este artículo el fuadamento de nuestra fe, sin cuyo conocimien- to no podríamos saber jamás el misterio Ce la encarnacion del Hijo de Dios. Por aventajada qne sea la inteligencia humana, y aunque se re- uniesen en un solo individuo todas las luces de cuantos hombres ha ha- bido, ni habrá, jamás podría llegar 4 descubrir este gran misterio de ser una naturaleza singular y única, teniendo tres personas que se dis- tinguen realmente y son una misma esencia, una misma sustancia, una misma naturaleza. Era necesaria la revelacion para conocer esta ver— dad: conocerla bien , equivale á saber las grandezas de la naturaleza di- vina , los resortes de su sabiduría, y la economía de su Providencia, la caida del hombre, su levantamiento, y lo que Dios decreta para verifi- car esta obra de su +abiduría y de su amor, son misterios escondidos á la razon humana : pero no bien se deja ver María con su Hijo, todos leen en ella como en un gran libro quién es Dios, cuantas personas tiene, cómo se llaman, qué fin tienen sus obras, y cuánto vale. el hombre en presencia del Señor. Todo esto nos enseña la Vírgen en el fruto de su vientre. Sorprende en realidad el ver como Dios se vale de una criatura para manifestarse á los hombres con toda la grandeza y magnificencia de su sér; pero resplandece en esto la sabiduria infinita, que escoge los medios mas análogos á la debilidad de nuestro compuesto, á fin de que nos elevemos. hasta los resplandores de su santidad infinita, sia (1) Los Profetas llaman al Mesías absolutamente con este nombre El Oriente. Véase lo que dice Zacarías, poniendo estas palabras en la boca de Dios; Yo TRAÉRÉ A MI SIERVO El ORIENTE (Zac. cap. 3, v. 8): se- mejante es lo que dice el padre de San Juan Bautista: por las entrañas de misericordia de nuestro Dios en las cuales nos visitó el Oriente de lo alto. (Luc, cap. 1, v. 78.) A este mismo sentido se reducen las palabras de Isaías al cap 41, v. 2, que dice así: ¿Quién levantó del Oriente aljus- to? Porque si bien estas palabras se pueden referirá Abrahan y áuná Giro, sin embargo se deben referir más propiamente á Cristo, á quien San Jerónimo las aplica, asícomo todo el capítulo, aunque sin impug- nar á los que las aplican á Abraham y al rey persa.
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