BCCPAM000542-2-34000000000000
499 mundo material. Sin embargo, toda la naturaleza humana estaba viviendo asi, sin Dios; y ni Grecia con su decantada filosofia, ni Ro- ma con su imponente legislacion, ni la India con sus tan decantadas genealoglas sabían más que esto. Bien pudo decir San Agustin, que entónces todo era dios en la tierra menos Dios. El mundo en verdad vivía sin Dios : pero no eran estas tinieblas tan universales que no hubiese quedado siquiera un rincon de la tierra, donde no hubiese alguna ilustracion. La había en efecto en el pueblo de Dios, en cuyo seno era conocida la unidad divina, habiéndosela declarado el mismo Dios por su misma boca, y recordádosela sin cesar por medio de los profetas y de los ministros del santuario. Pero ese mismo pueblo, adoctrinado por la revelacion, ¿conocía acaso á Dios en su naturaleza y en sus operaciones interiores? Tan pronto como el hombre guiado por las luces de la razon natural conoce que hay Dios ó es enseñado por la revelacion que existe y quiere que lo adoremos, se levanta en su alma un deseo vehemente de saber quién es ese Dios: dónde vive y si es un sér aislado que habita en las alturas, sin tener relaciones de amor natural con alguna persona que sea de su intimidad: si tiene algun hijo; y si lo tuviere, si hay entre ellos algnn vínculo de amor que los una y estreche. ¿Quien es capaz de contener los vuelos del entendimiento humano en querer penetrar en lo más íntimo de lo que es Dios? Sin embargo , ese pueblo que sabía que Dios era uno en esencia, nada sabía de lo demás, sólo sí sabía que todo lo llenaba de la gloria de su majestad infinita. Pero Dios no se dignó revelarle la trinidad de las personas, y por lo tanto nunca entró en el símbolo de las creencias, el creer que Dios fuese Padre: y tuviese un Hijo. Y entre tanto, acostumbrado este pueblo á oir la voz de Dios entre los truenos y relámpagos del Sinaí, 4 ver los efectos de su poder en las plagas de Egipto, y en los azotes con que él fué castigado por su incredulidad en el desierto, y á sentir la presencia de su gloria entre nubes oscuras, la idea que tenia de Dios era verdaderamente sublime, peroál mismo tiempo no poco aterradora. ¿Quién se atreviera á hablar- le cara á cara? ¿Quién osara levantar sus ojos hácia él, sin creer que iba á morir de repente? Así, era Dios en toda verdad un Dios escon- dido para el pueblo escogido en general: y así como los idólatras veían por todas partes las huellas de Dios sin quererlo reconocer, los descendientes de Jacob, despues de haber oido la voz de este Dios, como hijos de servidumbre más que de amor, podemos decir que más lo conocian por el atributo de la justicia, que por el de la piedad y misericordia. Es cierto que había en el seno de esa nacion algunos hombres ins- pirados, que conocían más de cerca á Dios y recibían sus órdenes: pero esos mismos hombres describen al pueblo lo que es la majestad divina con tanta grandeza de imúgenes y eon aspecto tan imponente
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz