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ep mo A 44 y otras de una duracion de quince centurias. Las transeuntes van desde el diluvio hasta el viaje de los Israelitas en el desierto, y las duraderas empiezan en la ereccion del tabernáculo en las alturas del Sinaí, y concluyen en la destruccion del templo de Jerusalen por el ejército que Balaan vió con intuicion profética desde las crestas de los montes de los Moabitas (1). Pero todas con perfecta igualdad tenían una significacion imperecedera, porque la magnitud asombrosa de las figuras transeuntes , las circunstancias que las acompañaron , los pueblos y naciones que las presenciaron, el terror que produjeron en unos, y el carácter y valor moral que granjearon á otros, las dieron una duracion moral tan perenne, como la tenían las que cada dia se presentaban en el santuario á la devota consideracion del pueblo, que entraba en él para adorar á Dios. Vamos á referirlas por partes. E El diluvio, el iris, los Patriarcas. Aún se estremece uno, cuando se abisma en la consideracion de la primera representacion figurada de las cosas grandes que habían de venir. Toda carne había corrompido sus caminos, y Dios tenía de- cretado exterminarla muy pronto, para que empezase una nueva ge- neracion (2). Entre tanta gente perversa como poblaba la tierra, sólo hubo un hombre justo, que halló gracia delante de Dios. En vano este hombre predicó por espacio de ciento veinte años , exhortando á todos que dejasen los caminos de iniquidad, pues Dios estaba irritado y amenazaba con un diluvio universal; nadie le quiso creer, y todos seguían comiendo, bebiendo, casándose y divirtiéndose, despre- ciando las amonestaciones del justo(3). Pero hé aquí que, cuando mé- nos lo piensan, los aquilones soplan con horrendo estrépito; detona- ciones terríficas estallan de las nubes aglomeradas y sombrías; sa- len á borbotones torrenciales las fuentes de los valles; ábrense con furia indescriptible las cataratas del cielo; franquean sus arenas las olas del mar impelidas por vendavales animados de un furor que jamás mostraron: y al poco.los amenos valles son lagos navega- bles ; las ciudades han desaparecido; los peñascos van rodando como ligeras boyas; las rocas elevadas se desgajan á fuerza de rayos que falmina el cielo; bosques inmensos se sepultan bajo imponentes masas de arena; piedras , animales y hombres son arrastrados con impetuo- (1) Num., cap. 24, v,24. (2) Gen., cap. 6, v. 12,43, (3) Luc. cap. 47, v, 27.
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