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492 amor de lo bueno y de lo recto, se arrojó ésta locamente en la senda del mal, y fué precipitándose en él cada vez más. Y no hay que decir que faltó al linaje humano el medio de conocer á Dios, ni de distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto, sino que se ha de confesar que conocían el bien y abrazaban el mal. En esa corrupcion general del li- naje humano se descubren los males que produjo la apostasía de nues- tro primer padre: las pasiones del alma que la habían de ennoblecer, dándola vigor en sus tendencias hácia la asecucion de lo bello y lo su- blime de la perfeccion, por lo enal la misma alma había de suspirar, tormaron un sesgo contrario por haber la misma alma fijado sus miras en la tierra, en vez de haberlas dirigido al cielo. Tómese por punto de exámen el amor, esa pasion nobilísima del alma, de la cual salen como de su foco, y 4 la cual convergen como á su centro todas las acciones humanas, y se comprenderá cuán cierto es que el hombre es en el órden moral lo que ama, como dice San Agustin: si ama la tierra, es terreno; si lo celestial, celestial. El amor que debió elevar al alma hasta abrazarse con el bien sumo, que es Dios, en vez de dirigirse como fuego purísimo y sutilísimo hácia el cielo, se derramó como fuego fosfórico de osamentas áridas sobre la tierra, don- de no encontró más combustible que las inmundicias de la carne, la embriaguez del orgullo, lo brutal de las pasiones, y lo hediondo de la corrupcion. Los hombres corrompidos, léjos de querer conocer á Dios, deseaban que no lo hubiese, voolviéndose todos ellos abominables en su presencia, y no saliendo de sus lenguas palabra alguna que no fuese tan fétida como sus deseos (4). En esos hombres la carne preva- leció sobre el espíritu, el amor profano sobre el casto, el amor de la tierra sobre el del cielo, el de la criatura sobre el del Criador. Pero no por eso estaba la voluntad encadenada al mal: si por su malicia se quiso saciar en la corrupcion, tambien pudo con la gracia celestial ha- llar sus delicias en el encanto de la pureza y del amor santo. Muy vivas y recrudecidas estaban estas llagas en la naturaleza hu- mana cuando la Virgen María concibió en su seno al Hijo de Dios, que venía á curarlas. Pero, con sólo ser esta Virgen Madre de Dios, se de- rramó el bálsamo que las sanaba, librando á la humanidad de la fiebre de que adolecía, y dándola vigor para empezar á alejarse de los vicios y abrazar las virtudes. El médico de estas heridas era aquel piadoso samaritano, que encontró al linaje humano llagado y despojado por los ladrones, y lo curó y vendó, pagando cuanto costase el darle una sa- lud perfecta (2): pero esta Virgen es quien da la materia para que se confeccione la medicina (3), y ella es tambien quien la ha de admi- (1) Psalm. 23, v. 2. (2) Luc. , cap. 10, v, 33. (3) Son terminantes las q de Santo Tomás de Villanueva; dice asi : Recibió el Hijo de Dios la carne de la Vírgen, para poder pagar por
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