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E ea cd 491 donde lo ve el sabio, pero ni aun en el astro del dia y las estrellas, donde lo contempla hasta el tosco rabadán: entónces la elevacion del alma hácia las bellezas infinitas era una consecuencia inmediata, por- que el conocimiento obtenido por estos medios producía al instante el amor, el amor de esas hermosuras conocidas. Aquel tener que arar la tierra y sembrarla, debiendo estar arran- cando sin cesar las espinas y abrojos que saldrían de ella: aquel tener que regar con el sudor de su frente las mismas espigas, que encierran el pan, con que el hombre se había de alimentar, segun se lo impuso Dios en castigo de su crimen (1), era muy misterioso, pues tambien hay un alimento para el espiritu, así como lo hay para el cuerpo; y hay que decirlo, existe una admirable analogía entre uno y otro en el modo de ganarlos y tenerlos despues de la caida, así como la había ántes que ésta sucediese. El hombre tenia que trabajar entónces tambien, pues Dios lo puso en el paraiso para que lo cultivase y tra- bajase: pero este trabajo no le causaba cansancio, ni fatiga, ni dolor, ni angustias (2): y así como el trabajo para tener el pan material era tan pequeño, lo era tambien el que había que sufrir para obtener la gracia divina: pues Dios no impuso al primer hombre sino un precepto ligero, insignificante y facilísimo de guardar, cual era el no comer de la fruta de un solo árbol, lo que bastaba para confirmarlo á él en gra— cia (5), y darla á todos sus descendientes. Pero trastornado ese órden por el pecado, no quitó Dios el pan del cuerpo al hombre criminal, sino que le impuso trabajo, sudores, y fatigas para ganarlo; ni tampoco le sustrajo el pan de la gracia con que se había de nutrir su alma, pero tambien había de sudar y trabajar para lograrlo, cosa que ántes no tenía que hacer de ese modo (4). Más dilatada fué la herida de la voluntad, porque abandonado el (1) Gen.cap. 3,v. 19. (2) ld. oh 2, 7.159. (3) 1DIO. v. 17. (4) El entendimiento humano perdió por el pecado las luces sobrena- turales, y se volvió tardio y pesado para elevarse á la contemplacion de las cosas divinas, pero no quedó despojado de las luces uaturales, por las cuales puede elevarse á contemplar las bellezas del Criador, las que no se esconden á quien contempla y entiende bien el órden admirable del mundo visible. (Rom. cap. 1, v. 20,) Así vemos que han florecido en las naciones antiguas filósofos eminentes, que han disertado con bastante acierto sobre Dios y su naturaleza, y mejor todavía sobre los deberes s0- ciales. Ciceron, Séneca, Caton y otros filósofos romanos, y Aristóteles y Platon entre los Griegos, son una prueba bien clara de lo que puede el en- tendimiento humano en la investigacion de la verdad, áun sin tener las luces de la revelacion. Pero, al mismo tiempo, los errores que enseña- ron y siguieron en su propia conducta, son una prueba de que el entendi- miento humano destituido de las luces de la gracia, y entregado á sí mismo se precipita en errores: es un hombre con ojos muy hermosos, pero que notiene luz bastante para ver los objetos como son en sí.
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