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Ta A a o q dr a a O < 490 no había sido conocido hasta entónces, entrando poco á poco el linaje humano en un centro de donde estaba separado, purificándose las ideas del espíritu, elevándose los sentimientos del corazon, adquiriendo por fin una vitalidad que ántes no conocía, como si hubiese convalecido de una enfermedad que hasta entónces lo tenía inerte, abatido y postrado. Y en efecto, el linaje humano había recibido heridas muy profundas, á las cuales no se proporcionó remedio alguno , hasta que no se pre- sentó la Vírgen en medio de él. Dilatadas y profundas fueron las heridas que el pecado original causó en el alma de cada uno de los hombres, pues toda ella quedó pobre y desnuda de la gracia que Dios había prometido darla, si su primer padre se mantenía fiel en la tentacion por donde tenía que pa- sar: y una vez privada de esta gracia, el entendimiento no veía las co- sas de Dios con claridad, y la voluntad se inclinaba más fácilmente al mal que al bien. De estas dos heridas la más extensa y profunda fué la voluntad. En el período de tiempo que media desde la caida del hombre has- ta la venida del Redentor, debemos decir que se formó un caos de ti- nieblas, que como denso y burdo manto envolvieron los entendimien— tos, no viendo éstos las verdades salvadoras, sino como las ligeras ráfa- gas de resplandor, que quedan en el firmamento por algun tiempo, des- pues que ha pasado por él el astro del dia. Pero ni ese caos se formó de repente, ni tampoco fué tan completo, que no quedase al entendí- miento algun medio de buscar la luz del cielo, ni tan universal, que no hubiese en cada una de las grandes épocas del mundo hombres, fami- lias, y áun pueblos, que no profesasen, algunas verdades reveladas si- quiera, y áun todo el cuerpo de estas mismas verdades que Dios reveló á nuestros primeros padres. No desapareció por cierto de ningun entendimiento ese destello de luz que nos viene á todos del rostro del Señor, el cual brilla á los ojos de todos los hombres, para mostrarles las sendas de la rectitud y de la justicia (1). La llaga del entendimiento no era tan cancerosa, que lo hubiese dejado sin vitalidad absoluta, y le hubiese quitado su propie- dad esencial, que es discurrir, para buscar en todas las cosas lo bello y perfecto y hallar en todo la verdad. Con tal que este mismo entendi— miento herido siguiese la luz del cielo, y buscase la verdad en el que es esencialmente la verdad y la vida, y reconociéndose débil y enfermo, pidiese á Dios la gracia para conocerlo y amarlo, el entendimiento se elevaba á Dios como el fuego se sube hácia los espacios. Era preciso combatir, haciendo por rechazar esa especie de niebla vaporosa, que los vicios y pasiones desarregladas forman al rededor de nuestra mente y no nos deján ver á Dios, no ya en la flor y en la brizna de yerba, (> Psalm. 4, y. 7.
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