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h 482 do es niño, toda su ternura, cuando mancebo , sus desvelos; cuando jóven, su solicitud, y cuando varon paciente, sus penas y dolores. To- do esto es incomprensible, y nos vemos precisados á exclamar con San Agustin: «¡Oh milagros, oh prodigios, oh misterios! Dios que siempre era y es Criador , se hace criatura , el inmenso se limita, el rico se vuelve pobre, el invisible se deja ver, el impalpable se palpa, y el in- coraprensible se comprende (1).» Entre tanto por medio de estas dos grandes, y verdaderamente inefables, operaciones del amor de Jesus á María y de María á Jesus, realzadas en aquél por la persona divina áun valor infinito, y en ésta por el contacto inmediato con la divinidad á una perfeccion casi infi— nita, Dios preparaba los medios para sacar á los hombres del estado de envilecimiento en que yacían , y echabalos cimientos de una nueva sociedad humana, purificada de los antiguos resabios del pecado, y elevada á regiones que le eran ya desconocidas , no obstante que Dios la había revelado, que algun día habían existido esas bellezas morales concretadas á su existencia, y ella las había perdido. No podían verse esos resultados hasta que no llegase el momento señalado : hasta entónces Jesus con sus palabras , sus obras, sus favo- res y sus ejemplos había sido para muchos un objeto de repulsion, de odio y persecucion; pero una vez cumplido cuanto él tenía decretado hacer, se convertiría en centro de atraccion, de admiracion, de adhe- sion y de amor. El mismo había señalado este momento solemne, y de tanta importancia para los hombres : cuando yo fuere levantado de la tierra, he de atraer todas las cosas hácia mí mismo (2). Cuando Je— sus concluyese su carrera mortal, caería el velo tupido que cubría las inteligencias humanas, y verían el tesoro de amor que no habian podi- do ver hasta entónces, no obstante que Jesus se lo había mostrado. Los treinta y tres años que había pasado Jesus al lado de su Madre, habían sido una escuela de amor para los hombres; allí se descubría el amor infinito que Dios nos había tenido, en fuerza del cual había da- do al mundo á su propio Hijo: allí se veía el amor que éste nos tenía, no habiendo rehusado el tener que pasar una vida oscura y pobre, por ennoblecer la pobreza y despojarla de la ignominia y baldon que el mundo la daba: allí se ponía de manifiesto aquel portento indecible de un Dios obedeciendo á su Madre , y al varon que era tenido por su pa- dre en opinion del vulgo, y sirviéndolos como otro cualquier hijo sir ve y honra á un padre: alií se viera aquel amor de Madre é Hijo, tan acendrado, que no llegarán jamás 4 comprenderlo los serafines: pero al mismo tiempo tan conforme con la voluntad del Padre celestial, que ni el Hijo se resiente porque tiene que perder una vida preciosa, ni la Madre lo retrae de la empresa de ir á morir por los hombres. (1) Serm. 9. in Nativitat. (2) Joann. cap. 12, v. 32,*
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