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O ai 481 amarla en la naturaleza humana, asi como nosotros amamos á las nuestras, sintiendo los favores que recibía de ella, como nosotros los sentimos, y desenvolviéndose este amor, á medida que los cariños de aquélla se aumentaban. ¿Quién no se eleva hasta el cielo al contemplar tanta humillacion de Dios? Todos los atributos de la naturaleza divina estén en Jesus, siendo todos eternos é infinitos: sin embargo, la sabi- duría eterna que hay en él, va al parecer descubriéndose por grados, como dice San Ambrosio; parece que crece y se aumenta á medida que adelanta en edad (1). El amor que tiene á María es eterno é infini- to; pero desde que se hace su Hijo, este mismo amor empieza á ser sensible y se va manifestando por grados con suavidad inefable , porque debe á María su existencia temporal , su lactancia, sus cuidados, su ternura y sus cariños. En efecto , apénas Jesus abre sus ojos á la luz comun, lo primero que ve, es el rostro risueño y amable de su Madre, que le expresa su ternura con ósculos abrasados de amor y entre lágrimas de gozo. Si las rígidas brumas invernales le hacen exhalar sollozos , el rostro de la Madre lo abriga, sus labios lo acarician , sus manos lo cubren, su voz lo consuela y sus cuidados lo alivian. Así va Jesus percibiendo los efec tos de la ternura maternal, segun se prolonga su existencia al lado de María; si se pierde, María anda desolada tres dias y tres noches, hasta que encontrándolo , le da sus quejas amorosas ; si los malos lo persi= guen, María toma parte en sus adversidades; si, llegado el momento de entregarse á la muerte , María no puede librarlo de ella, va á lo menos á acompañarlo en su agonía y á presentarle su corazon para enseñárselo todo candente en fuego de amor, y mitigar la pena que le causan tantas injurias como vomitan contra él los corazones que lo odian. No es posible medir el inmenso volúmen que dos afectos, tan dig- namente correspondidos, debieron tener en el período de treinta y cuatro años. Es verdaderamente incomprensible , cómo una mujer que es pura criatura, tenga en su corazon tanto amor, que puede adecuar- se á un sér infinito, á quien ama como á hijo suyo: no lo es menos, cómo un Dios, cuyo amor á las criaturas no reconoce ni principio ni progreso por ser perfectísimo , empiece á existir de un modo inefable en este mismo Dios , que tiene un corazon sensible, donde laten todos los movimientos de las nobles pasiones, de que ha adornado á la natu- raleza racional. María ama al sér infinito por sus perfecciones, y une á este amor puramente espiritual el amor sensible de la maternidad, porque concibe á este Dios , lo engendra y lo educa: Dios ama 4 María por ser criatura suya , y la ama porque ve por experiencia propia cuan- (1) Wesus aulem proficiebat sapientia et etate et gratia apud Deum et homines. (Luc. cap. 2, y. 32.) 31
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