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479 primer alimento; cuando entre regalos y placeres ve la madre medrar ásu hijo, tenemos que decir que el amor no ha pasado por la prueba. Parece natural qne lo que no ha costado mucho, no puede apre- ciarse mucho; por otra parte , las muchas comodidades y riquezas son el pábulo del egoismo, y donde hay egoismo , es difícil que exista el amor puro. Mas si á los trabajos de la gravidez van unidos los de la adversidad; si el hijo querido se ha visto entre peligros, sien la misma cuna ha sido visitado por las asechanzas de lá'muerte y ha salido salvo de todo, entónces es cuando el amor de la madre nace de nuevo en el corazon y se robustece, como acaece al roble agitado: por el vendaval , que se muestra más lozano y vigoroso despues del movimiento del huracan, como si conociera que en el ensayo de la resistencia se habían aumen- tado sus fibras vegetales. ¡Ah! El amor de madre es un arcano de la naturaleza. ¡Qué puro es! ¡ Qué activo! ¡Qué elocuente! Lo examina- mos en la esposa del tosco rabadan, que amamanta 4su hijo junto á la sombría haya del bosque , y no podemos ménos de bendecir al sér di- vino por las riquezas que da al corazon humano. ¡ Qué ideas tan preci- sas! ¡Qué conceptos tan sublimes, aunque expresados en lenguaje tosco! Para la madre, el hijo es una perla preciosa , es la azucena del valle, la violeta de la ladera, el sol del medio dia, es su pensamiento intimo, su gloria, su hermosura, su encanto , su amor. Pues bien, este amor, noble é interesado en las ricas matronas, sencillo y elocuente en la zagala , cariñoso y activo en todas, y heroico y sublime en aquellas madres, que apénas han sellado las mejillas del hijo sin regarlas con lágrimas de dolor; este amor tan vario en sus fases y concéntrico en su objeto , vive en el corazon de María dirígién- dose todo á su Hijo, que es tambien el Hiio de Dios. Lo contem- pla rey de los siglos, heredero del Eterno Padre , trasunto de su sustancia y esplendor de su gloria, y lo ama mejor que las prin- cesas que ven la blanca sien de su niño como el asiento de tuna coro- na, que dará al hijo grandeza y majestad, y 4 la madre consideraciones y alabanzas. Lo mira como la víctima sagrada que ha de reconciliar al mundo con Dios, y su amor va mezclado de cariño, de tristeza, de compasion y de lástima. Lo ve atribulado en su cuna, perseguido por tiranos, fugitivo entre soledades y desiertos, sin tener más reclinatorio que sus brazos, ni más cama que la dura tierra: y este niño nace mil veces para su cariño, siendo siempre el dolor y las penas el agente poderoso que mueve su corazon. Lo ve por fin morir entre horrendos dolores y en afrentoso suplicio, y su amor crece , siendo cada vez más tierno, más compasivo y más heroico. ¡Ah! Si para librar al Hijo del cuchillo de un rey envidioso y sa- ñudo, hubiera sido necesario que María presentara al verdugo su cerviz; si las espinas y azotes que hirieron á Jesus y taladraron su
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