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1 1 1 ' Ml 4 ; | 476 sino tambien su perfeccion moral y la elevacion de sus ideas hasta el mismo Dios. Por eso Dios toma nuestra carne , se reviste de las no- bles pasiones de nuestra alma y de todos los sentimientos generosos de nuestro corazon , habla nuestro propio lenguaje y trata amistosa- mente con nosotros. Es decir , que purificando los sentimientos del corazon é inspirándole amor y ternura, se forma entre Dios y la natu- raleza humana un yínculo de oro, que sin violencia ni coaccion liga al cielo con la tierra, y hace de Dios y los hombres una gran familia, en la cual los intereses son mútuos, las relaciones naturales y el cariño recíproco. Desde luego debemos confesar que Dios, quees infinitamente sabio, tenia muchosmedios desconocidosde nuestro entendimiento para levan- tar al hombre caido: pero fuesen aquellos los que fuesen, escogió aquél que era más análogo á la naturaleza del hombre, aquél donde abundan los sentimientos de ternura , la maternidad divina de la Vír- gen. Véase con qué fuerza progresiva y encantadora ligan estos sen- timientos á Dios y á los hombres en las dulzuras de la fraternidad, fórmanse primero entre Dios y la Virgen las relaciones propias de la maternidad y la filiacion, y despues el mismo Dios traslada por medio de un santo legado á los creyentes sus derechos filiales, aceptando ésta el cargo de amar á todos los hombres como á otros tantos hijos. Desde que María es Madre de Dios, tiene hácia su Hijo sentimientos de amor de una intensidad infinita: y por más que este amor se vaya derra- mando en todos los individuos del linaje humano, queda siempre en una integridad perfectísima. Sucede en el amor de la Virgen á los hombres lo que con su dolor en la muerte de su Hijo Dios: porque, como afirma San Bernardino, si éste se repartiera entre todas las criaturas sensibles, se morirían todas de pena (1); y otro tanto suce- dería en sentido contrario, porque si el amor que la Madre de Dios tiene al linaje humano, se repartiera entre todos los séres capaces de amar, no habría uno solo que no estuviese abrasado en los incendios de la más acendrada caridad hácia sus semejantes. Cuán pura y perfecta sea la naturaleza humana , considerada en el estado que tuvo, cuando salió de manos de Dios, se ve en los afectos del corazon que tiene la Virgen á su Hijo, y el Hijo á la Madre. Sabi- do esque en las operaciones de aquélla había la armonía más perfecta pues la parte sensitiva no repugnaba á la racional, ni se levantaba contra ella. En aquel estado el sentimiento del corazon no pasaba de los límites que la razon señalaba , siguiendo el dictámen de la ley divi- na : amaría la madre al hijo y sería amada de él: se amarían el her- mano, la amiga, la hermana, el padre y los hijos , pero todo con la (1) Tom. 3, serm. 61.

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