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E » Y ñ A 4 e E 54 12 Compréndese facilmente, que habiendo sido descubierto por Dios á los hombres su designio, en cuanto á la sustancia de una manera li- teral y genuina, y en cuanto al modo entre símbolos y figuras, ha- bían de tener éstas y aquéllos, junto con las profecías, un reinado de tanta duracion cuanta fuese la que había de preceder á la aparicion del Redentor. La vida de éste, sus hazañas, su conversacion, su doctri- na, su reto al enemigo, su combate, su muerte, su victoria, sus glo- rias y la conquista de su reino, eran objetos de la fe-de los creyentes, y de la esperanza, aunque vaga y confusa , de los pueblos que vivie- ron sin las Juces de la revelacion (1). amor y mayor veneración, no nos detendrémos en poner notas de com- probacion de lo que acabamos de decir, las que nos suministran con abundancia la arqueología y la geología antigua: pues es sabido ya de todos lo que los Drúidas de Chartres y de todas las Galias creían sobre la Virgen que había de parir siendo Vírgen, á cuya idea consagraron un templo: ni tampoco se ignora que entre los habitantes del Nuevo- Mundo se hallaron esculturas que representaban Ja caida del hombre; y tambien se sabe que Esquiles en sus tragedias, Homero en-su lliada y su Odisea, Virgilio en su Eneida y en sus Eglogas, y Ovidio en sus Me- tamórfosis, no hicieron más que reducir á cantos populares las tradicio- nes primitivas de lospueblos sobreJos grandes dogmas de la revelacion, aunque transvestidos con las inveftiones de la.mitología. Esto ha sido reconocido por todos los verdaderos sabios, que se han detenido seria- mente en el estudio de las creencias de los pueblos que precedieron á la venida de Jesucristo, cuyos testimonios pueden verse en Bossuet, Augusto Nicolás y otros autores modernos, y más que todo en los Pa= dres de los siglos primeros del cristianismo, y entre ellos en San Agus- tin en sus libros sobre la Ciudad de Dios, en Tertuliano , Lactancio , Ar- nobio y otros. Tantos errores como profesaban los griegos y romanos, no eran más que la corrupcion de la verdad; pero la verdad brillaba en- tre las tinieblas. (1) Desde Adan hasta el último de los verdaderos creyentes no hay más ue un solo cuerpo místico de fieles, que viven por la fe: sólo hay una iferencia accidental; y es, que los que vivieron en los tiempos de la ley natural y de la escrita, creían en cosas venideras, porque Dios lo había revelado, y nosotros creemos ya en cosas acaecidas, porque la Iglesia nos dice que esas son las que Dios reveló en el principio del mundo, y se cumplieron cuando llegó la plenitud de los tiempos. Si queremos comprender de qué naturaleza era la fe de aquéllos, no te- nemos más que considerar la que nosotros tenemos en las cosas futu- ras, y de alli deducirémos que los símbólos y las profecías encerraban dos cosas, la certeza infalible de que había de suceder lo que anuncia- ban, y la ocultación del modo como se habían de realizar: y lo uno y lo otro era conducente á fortificar la fe, y á aumentar la santa ansiedad con que esperaban lo que creían. Así, nosotros creemos que la Iglesia ha de triunfar siempre de sus enemigos, aunque ignoramos el cómo de cada triunfo que ha de conseguir; así tambien creemos que Jesucristo ha de venir á juzgar al mundo: pero casi todas las circunstancias de su venida están encubiertas entre sombras, pues no sabemos el dia ni la hora. El mismo Jesucristo explicó estas eircunstancias entre parábo-
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