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470 él vivia y en donde aun en medio de los tormentos y amargura de su agonías, encontraba algun consuelo: y quiso cerrar su carrera mortal y entregar su espirito á su Padre, dando á los hombres este corazon maternal, para qué todos viviesen en su seno juntamente: con: él, y buscasen allí el consuélo que habrían menester, y que hallariían con se- guridad, con tal que se acercasen á su Madre con fe, confianza y amor. De todó esto es necesario concluir, quewel linaje bumano tiene contraida con la Vírgen una deuda, cuyo valor es intinito , porque por medio de ella sa ha efectuado nuestra adopcion á la filiasion divina, y ha nacido para nuestros entendimientos el sol de justicia que nos alumbra y da vida. Para quien tenga la verdadera fe de Jesucristo, la Virgen es una especie de luz indeficiente que Dios ba puesto en el cielo de las inteligencias humanas, para ilustrarlas y esclarecerlas, produciendo sobre estas en el órden espiritual los mismos «efectos que la luz material produce en los séres materiales y sensibles en el físico. Y ¿qué cosa es la luz en la existencia de los objetos que tienen su asien- to en la tierra? Es una especie de sér regenerador, el cual, al apare- cer en el horizonte, hace que todo cambie de aspecto. Los montes se presentan con la majestad y grandeza de un gigante cubierto de ricas joyas , ilaminanse los valles, clarean las cavernas, ríense las flores, alégranse las aves, y hasta el susurro de las aguas y el murmurio de los arroyuelos parece que adquieren una armonía cadenciosa. Estos son los efectos que se notán en la naturaleza , cuando los albores de la luz empiezan á bañarla desde el cielo, y esto mismo pasa en las almas y en los corazones, cuando tienen la dicha de mirará la Virgen y de desear los efectos de su cariño maternal. Sin duda alguna Dios es la luz indeficiente (1), que esclarece nues- (1) En los libros sagrados, donde tantas veces se ve descrita la natura- leza divina en sí misma, no se dice de Dios sino que es espíritu puro, in- menso, eterno, infinito, impalpable é invisible; pero, cuando se habla de lo que es respecto de nuestras inteligencias, se le da el nombre de esa sustancia indestructible, que el hombre no puede abarcar ni encubrir, porque la luz baja de regiones 4 donde el mortal no lleva su dominio, ni sus influencias. Dios es llamado luz, porque hace en los espíritus lo mis- mo que el sol en los cuerpos. Dios es ha, dice el discípulo amado, y no hay en él tiniebla alguna. (1. Joann. cap. 4, y. 3.) Esta luz, añade el mis- mo, resplandeció siempre en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. (Joann. cap. 1, v. 5.) Es tan extenso el resplandor de esta luz dice el Profeta, que no hay quien pueda ocultarse de sus rayos: porque, si uno sube al cielo, allí está: si Se al profundo abismo, alli se en- cuentra; si tomando uno alas de paloma, se huye á los mas remotos con- fines del mar, allí tambien se encuentra su virtud: y si, refugiándose uno en lo mas denso de las tinieblas, se dice á sí mismo, aquí me ocul- taré, a misma se vuelve iluminacion. (Psalm. 18, y. 7, y 138, v. 8,9.

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