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498 sido-la puerta del alcázar, en que vivian /, Pero es preciso, decir, que no lo eran ménos los hijos de María, que quedaban aún; en la tierra, combatiendo contra el error y.las pasiones; pues su Madre se encon» traba ya en el cielo , poseyendo aquella vida dichosa y bienaventurada, que no tiene fia, y empezaba tambien á ejercer su poder en bien de estos mismos hijos. ¡Ah! La vida de Maria en el cielo es una vida. de proteccion y amparo para sus hijos : desde el dia en que fué coronas da, empezó á rogar por ellos 4 su amado Jesus, y despues de diez y nueve siglos aún no ha bajado sobre ellos una.gota de rocío celestial, que no haya destilado del corazon de esta Madre amorosa. Si queremos por lo tanto conseguir la dichá de ver á múestra Ma- dre algun dia en el cielo, invoquémosla cada dia con amor y confianza, no contentándonos con saber las virtudes qne practicó cuando vivió en carne mortal, sino procurando delinearlas en nosotros mismos. Hemos visto que María atrajó sobre ella las miradas'del Señor, porque fué humilde, pura. virginal, modesta, retirada, y mansa de corazon: por consiguiente, si queremos merecer que esta dulcísima Madre nos di- rija una mirada amorosa, hemos de detestar el orgullo y la soberbia, la lujuria y la impudicicia, el Jujo vano y las supertluidades, el bullicio del mundo y sus entretenimientos corruptores, la ambicion y la codicia, la altanería y presuncion, y cuanto sea contrarioá la vida cristiana, que hemos tenido la felicidad de profesar en el bautismo. Entónces, sí, nuestro corazon se dilatará con solo recordar que tenemos una Madre que nos ama con un cariño, que raya en lo infi- nito, y tiene un poder, al cual Dios no ha querido poner limites. ¡Ah! ¡Qué. consuelo tan celestial desciende: nuestras almas, cuando «el dulce recuerdo de nuestra Madre está siempre en el principio y en el fia de todas nuestras operaciones! Vayan léjos de mi corazon los amo- res del mundo, amores pérfidos, amores corruptores y corrompidos, amores engañosos y destructores, amores egoistas y rateros, que roban al corazon la paz , y no buscan la dicha del objeto amado. Yo no quiero más amor, que el de mi Madre celestial, cuyo cariño me ha salvado del pecado , cuya proteccion me ha librado de todo mal, y cuya intercesion espero que me llevará á verla en el cielo. Con estos sentimientos en el corazon queremos concluir la vida de la Vírgen en la tierra, y con los mismos continuarémos examinando sus glorias en la tierra y en el cielo: y entre tanto nos dirigirémos á saludarla por la última vez en esta obra que describe sus acciones, y la dirémos todavía con el mismo San Isidoro, que tanta luz nos ha dado en sus sermones, la siguiente deprecacion: «Tú, oh Madre de Dios, resplandor de nuestra naturaleza, obra nueva y"agradabilísima , mar de gracias, sol más brillante que el que vemos, arca sacratísima re- dundante en virtudes, ungúento más fragante que todas las flores, mi salvacion, pues por tí hemos recuperado el paraiso y habitan los

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