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405 enal más que funeraria, fué gloriosa por todos conceptos: no podía el santo Apóstol soportar el dolor de no haber sido digno de haber visto en su hora postrera á aquella Señora venerabilísima , ni de ha- berla dado su último á Dios «en aquella hora suprema. En su dolor pide el Apóstol un consuelo, y es que siquiera se le permita acercarse al sepulcro, y levantar la losa, para ver aquel santo cuerpo, besar sús sacratisimas manos, y adorar aquella preciosísima reliquia. Creía ePamante discípulo, que con esto se le mitigaría el dolor que afligia sá alma, y se libraría de la gran calamidad, que le había sobre= venido, borrándosele la ignominia de haber faltado á tan celestial espectáculo» (1). Hasta aquí las palabras del Santo, cuya conclusion no pondré- mos sin alabar 4 Dios por sus designios: porque él dispuso que ese Apóstol llegase á los tres dias despues de muerta la Virgen , 4'fin de que él fuese el testigo irrefragable de su resurrección y de su asun- cion á los cielos. «Los Apóstoles, dice, condolidos de ver la afliccion dé su compañero , hicieron' oracion á Dios y á:su Madre, y determi- naron abrir el sepulcro, lo que hicieron al instante. Pero, ¡oh por- tento! El cuerpo no estaba allí, la fuente de la vida no estaba muer- ta : la tierra y el sepulero no podían encubrir por mucho tiempo aquel vaso portentoso, que había abarcado dentro de sí al Inmenso, y la dejaron ir á donde debía estar» (2). Todo era portentoso en aquel momento, la llegada tardía é inopi- nada del Apóstol : la decision tomada: por sus compañeros en vista de su afliccion: pero, el mayor portento era el que les iba'4 hacer ver el Señor, para lo cual dispuso la tardanza de su condiscipulo. El sepul- ero estaba vacío, y apénas se.vieron allí más que vestigios de haber estado en 6l la Madre de Dios (3), algun *cendal, con que cubrieron las santas mujeres la venerable cabeza de la Virgen y algunas rosas y azucenas desparramadas , pero tan verdes, como si aún estuvieran en el tallo de sus plantas respectivas, y percibiéndose una fragancia toda celestial. Entre tanto , las melodías angélicas empezaban á alejarse, y subían al cielo cerrando el camino de la imponente marcha , que em- pezara-en el gran valle de Jerusalen , desfilando todos los ejércitos del empireo,, en el cual entraban los primeros , cuando aún tocaban á la tierra los últimos , levando en medio sentados suavemente en tronos celestiales al Rey inmortal de los siglos y 4 su Santísima y glorificada Madre.. María estaba ya dirigiéndose hacia las puertas de zafiro de la (1) Div. Isidor. Thessalon. ,serm. de Dormition. Deipar. , n.” XXVIHL. (2) De Dormit. Deip., n.” XXVI. (3) Refiere la tradicion que quedó impresa en el sépulcro la figura de todo el'eñerpo de la Virgen ; como si hubiera sido la piedra más blanda que la cera. (Ser. de Dormit. Virgin. , n.” XXIX.) - bid

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