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348 profunda en qué se hallaba, dando lugar 4 que, descendiendo Ta luna 4 su ocaso, empezasen los albores de la aurora á anunciar la venida del dia más aciago que ha fenido la naturaleza , del más feliz que amaneció para el linaje humano , y del más espantoso que ha apuntado jamás para una madre. Entre tanto la capital de la Judea representaba en su seno esce- nas bien abominables: pues miéntras lá gente baja del palacio del sumo sacerdote se divertía en cubrir á Jesus el rostro y darle golpes, puntapies y empellones, preguntándole con sarcasmo que adivinase quién le hería , los grandes de la sinagoga se deleitaban en celebrar con orgías y zambras la gran captura que habían hecho. Admirá- banse ellos mismos al ver que aquel preso á quien jamás pudieran echar mano, hubiese caido tan fácilmente en su poder, y que sus discípulos se hubiesen desbandado con tanta presteza. Pasado, sin embárgo, el primer momento de su feroz entusiasmo , empezaron á reflexionar maduramente sobre' los fundamentos que se habían de sentar, para condenarlo á muerte, sin que jamás pudieran ser incul- pados de asesinos ; pues los testigos, que se habían presentado al tri- búnal poco despues de la aprehension, no estaban conformes en sus declaraciones «y alegatos : y erá preciso probar un crimen, por el cual fuese condenado á muerte infame , á fin de que su memoria que- dase anatematizada. No les fué dificil inventar este crimen ; ni tardaron mucho en de- liberar, que reunido de nuevo el concilio, presidido por el*sumo sacerdote, fuese traido el reo, y que el sucesor de Aaron le in- terrogase con toda la solemnidad de la ley, interponiendo el nombre del Dios de Sabaoth , si era él el Cristo del Señor, el Hijo de este mismo Dios. Porqué , si respondía afirmativamente , se condenaba él mismó como blasfemo , sacrílego , y usurpador de los derechos de la divinidad, y de los de la familia de David: pues se sabía de pública voz que él era un miserable, hijo de un carpintero de Nazareth , en donde no podía nacer el Mesias, por no ser de lá tribu de Judá : y si lo negaba, tambien cafa bajo la cuchilla de la ley, como impostor y falso profeta, pues: había predicado al pueblo, diciéndole que erá enviado por Dios, y haciéndose igual 4 él, y anunciando que la ciu= dad de Jerusalen, que era una herencia divina, sería arruinada y su templo destruido. Magnífica sin duda era esta disyuntiva para aquéllos implos , pues iba:4 parar al mismo resultado, que era el decretar la muerte de Jesus, basando su sentencia ¿en el Deuteronomio, que ni conocían debidamente, ni mucho ménos lo observaban. Mintióse entre tanto á si misma la iniquidad , y decretaron , que apénas el sol se dejase ver en las sierras del Líbano, se llamdse á concilio á cuantos sena- dores y sacerdotes hubiese en Jerusalen, para juzgar -la causa, y

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