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309 2. MU. El destierro y la patria. Triste y desconsolada habría sido para la Virgen María la tierra de Egipto ,si por una parte su alma nobilísima no se hubiese elevado siempre sobre todo lo visible, teniendo su felicidad dentro de si mis- ma, y por otra no hubiera posgido aquel tesoro infinito, que es la luz, la alegría y la hartura del corazon, su Hijo Jesus. Sin embargo, pre- ciso es confesar que vivía en la tierra del destierro, donde nada se parece á lo que se ha dejado en la patria : porque en ésta las rocas mismas se dejan ver como embelesos del sentido, el musgo de los ári- dos peñascos parece terciopelo, y hasta las lóbregas hondonadas se presentan diáfanas y radiantes, miéntras que en aquélla el cielo puro y terso parece oscuro; la llanura fértil, arida; los cerros poblados de vides, pelados ; y hasta el dulce y melodioso canto de las aves, insipi- do y destemplado. Esta triste perspectiva va acompañando siempre al desterrado, sin que sean bastantes el oro y las comodidades , de que pueda gozar léjos de su patria , para borrar de su corazon el cuadro tierno y melancólico que se le representa por todas partes. Y si esta es la suerte de los opulentos desterrados, ¿cuál será la del pobre, que no sólo lleva el fardo de la tristeza del corazon, sino el pese de la mi= seria? En su patria comía el pan negro del miserable; pero aunque era negro, lo tenía, y lo. comia con placer, y si algun día le faltaba, no faltaba la mano caritativa, que se lo alargaba junto con una son risa de amor compasivo. Mas. léjos de su suelo natal, ni tiene un bo- cado que llevar á su boca, ni sabe á quién dirigirse en sus necesida- des: y si yaá llamar á una puerta para pedir un consuelo , quizás tiene que huir por asaltarle con aullidos los animales domésticos, Ó no ve sino miradas torcidas y sañudas, ó no oye sino palabras duras y descomedidas , teniendo que añadir aún al peso de la miseria el del desprecio., el del rubor, y el del insulto. Y era este precisamente el estado de los santos esposos en Egipto; porque aunque los magos habían ofrecido á Jesus dones de oro, su Madre Santísima los había dispensado á los pobres : y si con una pru- dencia inspirada de Dios había reservado alguna pequeñez para soco— rrer sus propias indigencias, todo se había gastado al tener que em- prender un viaje tan largo y tan arriesgado , como el que había hecho con su Hijo. En Nazareth vivía pobremente: mas era ella conocida por su laboriosidad asídua , y su santo esposo tenía siempre donde tra- bajar para sustentar su casa, con pobreza, sí, pero con suficiencia. No sucedía otro tanto en las cercanías de Memphis, á donde fueran á vivir los tres desterrados: pasaron muchos dias ántes que fuesen cono-

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