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306 sierto : y como se aproximaban los dias de la primavera , en los cua- les las caravanas pasaban estos arenales ántes que viniesen los vien- tos mortíferos de la Arabia , es creible que se unirían con la. primera que encontraron en Gaza, y con ella entrarían en aquellas regiones, dunde el cielo se muestra siempre sereno y sin nubes , y el sol ex- tiende sin obstáculo sus ardientes rayos. Despues de salvados los peligros, entraban las penalidades del paso por aquellos arenales , en los que no habia más techo que el del firmamento , ni otro albergue más que la tienda de viaje que cada uno Jlevase , ni más alimento que los dátiles y el pan, que era quizás de cebada: para los pobres : y como lo eran en realidad José y María, pasaron aquel largo trayecto de cien leguas, tomando por el dia los ardores del sol, y durmiendo de noche sobre alguna estera'en medio de los arenales. ¡Qué desolación para la tierna y delicada Madre! Cuan- do los céfiros de la tarde ó los vientecillos de la aurora venian á re- trigerar á los viajeros , era únicamente el momento en que podía de- cirse que tenía algun respiro: por lo demas no había otro medio más que andar de uno en otro montecillo de arena, abrasada y ennegre- cida por los ardores del sol, los cuales se encuentran como escalona- dos, y parecen dispuestos para engañar al viajero: porque de léjos aparecen tan pronto como bosquecitos, donde uno piensa recrearse bajo-la sombra de algun follaje verde , tan pronto como lagunas azu- les en cuyas aguas desea mitigar la sed que produce el paso de los arenales, y el sol ardiente del cielo de Egipto. Sin embargo, en aquellos desiertos , ni llegan jamás los bosques; ni se aproximan los lagos , y el pobre viajero camina de decepcion en decepcion, no encontrando jamás sino arenas abrasadas , alguna agua salobre , y ni una brizna de yerba , donde se ciernan , y rompan el. triste silencio del desierto , los vientecillos que vienen del mar Eritreo ó. del Medi- terráneo (1). No cesaron entre tanto de acongojar el corazon de la Virgen los temores, pues tenía siempre presente el gran peligro que había co- rrido la vida de su Hijo, y se la: representaba al vivo la degollacion de los inocentes, que habia sabido despues de haber emprendido su viaje. En efecto, aún'no había llegado la Vírgen al valle de Jessen, cuando acaecia en Bethlehem y sus cercanías una de las escenas más (4) Al trazar estas líneas no podemos ménos de recordar que por dos veces hemos atravesado el gran desierto de arenas , por donde no pudi- mos pasar sin recordar este viaje, que el Rey del cielo hizo en brazos de su Madre: cada cual puede pensar lo que tardarían en atravesarlos in- mensos arenales, que hay desde los fines de los filisteos hasta la ciudad de Eliópolis , llamada hoy el Cairo , cuando para ir desde ésta á Suez se emplean cuatro dias yendo en camellos , y no es eso ni la mitad del ca- mino que hay para ir á la Judea.
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