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301 que Dios tiene en su mano, para confundirlos, atendido que no hay prudencia ni ciencia contra el Señor. En efecto, ya la Virgen María había pasado de Gaza y Ascalon, cuando Herodes pensó poner cerco 4 los límites meridionales de sus dominios , y descansaba en las pla- yas de la Arabia, libre y segura de las pesquisas sanguinarias de He- rodes , aunque fatigada por el viaje precipitado que había hecho por salyar á su Hijo de las manos del tirano, y poner en ejecucion sin la menor tardanza , la órden que su esposo recibiera de Dios por medio de un ángel. En efecto, despues de haber cumplido con cuanto ordenaba la ley respecto de los primogénitos, habían salido de Jerusalen los virginales esposos, y dirigían sus pasos hácia la ciudad de Nazareth , caminando María sobre un jumentillo , y-yendo José por delante meditando los dos en las grandes maravillas que habian visto én Belen y en el tem- plo, y hablando alguna vez de las misericordias que el Señor había empezado ya á cumplir con su pueblo. ¡Qué lejos estaban ambos de pensar que se hallaba tan inminente la primera persecucion , que los malos habían de suscitar contra el Ungido del Señor , y los había de obligar á esconderse entre los pueblos gentiles! Habían hecho una jor- nada, y descansaban en el silencio de la noche de las fatigas del viaje, cuando hé aquí, que el ángel del Señor aparece á José, y le ordena, que se levante y tome al Niño y á su Madre, y huya á Egipto, por- que va á suceder que Herodes busque al Niño para darle muerte (1). No se turbó el santo esposo, al oir una nueva tan inesperada : y aunque se llenó de la más amarga afliccion, al saber la inhumana é incalificable persecucion, que el tirano intentaba contra el inocente Niño , se revistió del espíritu de fortaleza, para resistir con vigor á tan inícuo atentado, escogitó los medios prudentes para evadirse con su familia del peligro que la amenazaba : y lleno de alegría en la tribulacion, dió gracias al Señor, cuyos primeros albores de vida mor- tal eran ya un terror para sus enemigos. Levantóse, pues, de la po- bre tarima en que descansaba, y dirigióse al aposento donde reposa— ba su virginal consorte, para comunicarla las órdenes del cielo y em- prender la marcha con premura. Estaba ésta entregada al más dulce sueño junto al santo Niño, que dormía cerca de su Madre más segu- ro que si estuviera sentado sobre los Querubines: y habiéndola lla- mado, la informó de cuanto le había dicho el nuncio celestial, aña- diendo que era preciso aprovecharse del silencio y las tinieblas de la noche, para retroceder y tomar los caminos ménos frecuentados hasta salir de los dominios de Herodes. Concluyó el santo esposo su narra— cion, diciendo : que era voluntad de Dios que huyesen á Egipto, y (1) Matth., cap. 2, v. 3.
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