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297 anciana, que vivía en el templo hacía ya más de cincuenta años, sir= viendo á Dios en ayunos y oraciones ; y uniendo sus acentos á los del santo Simeon , empezó á alabar y bendecir al Señor por las misericor- dias que manifestaba. Fué este sin duda un momento de dulcisimo consuelo para la Virgen, pues es natural que aquella santa mujer hubiese tenido mil veces junto á sí 4 la niña Maria cuando vivía en el templo: y al verla de nuevo en él, para presentar al Dios de Israel 4 su hermoso Niño, la abrazaría como una madre abraza á una hija querida, derramaría lágrimas de gozo , y se extasiaría tambien . to- mando en sus brazos al Dios amabilisimo, cuyas grandezas ensalzaba y predicaba á cuantos se encontraban con ella. Ardía entre tanto el fuego del altar , y subía al cielo el olor del sacrificio en rescate del pri- mogénito de la Madre de Dios, y Unigénito del Padre y suyo: y con- cluidas ya cuantas ceremonias prescribía la ley, Simeon bendijo á la Madre y al Santo Patriarca que la acompañaba : y que aparecía en presencia de la misma leyy del pueblo espectador como el padre de Jesus. Bendijoles, pues, levantando sus manos y sus ojos al cielo; pero en el mismo instante abrió sus labios el justo inspirado, y leyendo en la revelacion que Dios le hacia, los destinos del Hijo y los de la Madre, formuló, por decirlo asi, con sus palabras las dos grandes épocas de la vida de la Madre de Dios, cerrando en aquel momento la de sus ale- grías y gozos, y abriendo la de sus penas, dolores y angustias. «Hé aquí, dijo á Maria , al devolverla su Hijo, que este Niño está destinado á ser ocasion de caida para muchos y causa de levantamien- to de otros en Israel, y será la señal á la cual se hará contradiccion, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Y una espada de dolor y martirio, ha de penelrar y traspasar tu alma (1). Grande y dolorosa. impresion hicieron estas palabras en el corazon de María , pues miéntras los sacerdotes ofrecían á Dios el sa- erificio., ella con pensamientos llenos de amor ofrecía al Etepno Pa- dre su Unigénito, rogándole que se lo devolviese (2). ¿Qué dolor no sentiría por tanto, al oir la historia de la muerte y pasion de su Hijo dicha en dos palabras, al tiempo mismo en que el Santo Simeon se lo entregaba , despues de haberlo presentado ante el altar? Voló eles- píritu de María al Calvario , y lo vió regado con la sangre de su Hijo, y al imprimirle un ósculo, tropezaron ya sus labios con las espinas, y sus ojos con la lividez de las heridas. ¡Pobre Madre! Empezó entónces aquel llanto que no cesó miéntras vivió en la tierra , absorbiéndose la a) Tuam ipsius animam pertransibit gladius. (Luc. , cap. 2, v. 33.) (2 Accipe . Pater, unigenitum : sed rogo ut eum mihi reddas. (San Bonaventur., de Purificat. , cap. 4.)

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